Escuchando, me alejé demasiado. Con una calabaza que chuta vida y agua, oigo a su madre pedir explicaciones. En estos casos yo siempre me remito a Homero. No sería él quien visitará mi casa allende Emérita; no bien me encontré el papiro, entendí que el viaje lo emprendería por el norte de la hoja puesta en horizontal. Allí, uno de sus personajes que se quedó sin embarcar por satisfacer esos deseos que son pasajeros menos cuando los tienes. Por supuesto, eran los de la chica que quiso crear, en su cuerpo, la onu; por supuesto, mucho antes de las ocurrencias que tuvieron quienes dominan el mundo para conocer a sus contemporáneos y conocer sus recetas más sabrosas.
Aquel pobre locuelo se pensó que era único. Haber sido elegido por ella, le reafirmó en la creencia que su porte, la lengua en su voz, le hacían único.
Cuando ella se levantó, y él, más tarde, al abrir los ojos, se dio cuenta, por un lado, de su poca importancia y por otro, que ya no podría volver a embarcarse con sus compañeros. La única sólución era buscar a Aristóteles para que la hoja volviera a estar vertical y con ello, que fuera más rápida la reagrupación.
Nuestro filósofo no le hizo caso, estaba en una época en la que después de haber pérdido el partido con sus colegas, que les habían organizado los Monty Python, le había dado por tener una cierta continuidad en una preparación que incluía vestirse con una cuba de vino, antes de la vendimia. lo cual denotaba una cierta ansiedad en ambos, que en nada ayuda para actuar ante la vida como su materia parece querer preparar
Fue gracioso, cuando nuestro errante marinero en tierra y ahogado en las brumas de su imaginación, creyó estar viviendo la más gloriosa de las aventuras, junto con algunos otros iluminados, que oyendo el búfido de las aspas en sus giros, creyeron que era la venida de los dioses.
Mientras Ulyses batallaba con olas gigantes, con sirenas que penetraban sus formas en las notas más maravillosas que jamás se hubieran oido antes, aquí nuestro amigo, a los eruptos, de las grandes comilonas ajenas, les llamaban los tañidos de los elegidos. Nadie hubiera osado sacar de sus ensimismamientos a estos mequetrefes. Cuando, por casualidad, le dieron a oír, los verdaderos "chismes of freedom", quisieron hacer alarde de su indecencia moral, pero los rugidos de una armónica en erupción, destruyó sus imprecaciones.
Un día creyó ver a Martin, pero este tampoco le dío claves, se había entregado a una idea de esclusividad que creaba monstruos.
Sólo, tiempo después, bajando hacía Walter Benjamin comprendió que a una equivocación, no tenia porque haber tejido una enmarañada catástrofe
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