Lanzándose desde la piedra, tengo tiempo a ver su escultural cuerpo. Se queda grabado como una inscripción romana hasta nuestros días. Me extraña mucho que luego no quiera que se hable de esas formas que parecen talladas por los dioses en la fragua que visten las primaveras y con puerta de entrada a los cielos.
No, no es nada poética la entradilla. Cuando llegué a Tarsis, encontré las playas como las sábanas que te besan en los dolores, cuando estos llegan en olas que rompen en abruptas pesadillas. En innumerables ocasiones recorrí sus sendas, recibí sus lluvias que aquí son una bendición y pensé que el viento cubriría cada uno de esos espacios para engendrar voces como las de Camarón, o músicas mestizadas por los seres humanos que andan sobre las aguas, vuelan indagando en los rincones de las piedras y andan las nubes de negras pasiones de un mar menor y un océano voraz, sin embargo, domesticado en ese lecho.
Si, en un primer momento, intuyéndolo, no fuí consciente de toda esa grandeza, cuando todo fue asomando y yo asumiéndolo, terminé amando cada uno de sus espacios y momentos.
Conmigo estaban aquellos que pertenecían a estirpes de antepasados aventureros levantiscos hasta obtener el poder. Viviendo aquel mundo descrito, siempre a ellos les oí, postrarse ante los ricos, vivir alejados de quienes allí habitaban a través de los siglos y, siempre, siempre, siempre alimentar el miedo de estos últimos, con la venida de los otros viajeros que, como se describía en "las uvas de la ira", sólo se diferenciaban estar anclados en el tiempo sucesivo.
En mis noches en las que la mente se rebozaba por inexplorados tonos, chasis para mil viajes, robados a los espacios, para narrar las historias atemporales con anclas de látido; debía oír sus rabias relampagueantes, que atronaban odios.
Ante ellos, todo trascendencia a inaguantable: su rabioso clasismo que odiando a unos, los lanzaba contra sus otros, para crear la sumisión de los vencedores. Su victimismo canalla, agrietador de esfínteres emocionales que ellos se encargaban de monitorizar.
Mientras, en la playa de los dioses, toca Miguel, eterno, puro encuentro con las noches de cante. Si, zapateamos para acompañarnos y ahuyentar
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