Las bestias que anidaban entre los muros de aquella tenebrosa y hedionda entrada a los infiernos, han visto la luz. Cuando creían que ya sus amos les habían abandonado.
Les vuelve a agradecer ser participe de ese ligero destello, escalan por él con sus manos en garra que se asieron a pesas para que les dieran razones. Muerden las cuerdas con sus fauces para que su sangre añada más hebras para que no vuelvan a resbalarse a ese oscuro estadio animal en el que, sin embargo,avav habían ya edificado su nido. No necesitan nada más que símbolos y un hogar y de ahí, agradecen su existencia aunque no comprendan que son mascotas de amos con ansias de lo privado.
Stuari lo narra. Ha llegado el momento de exhibir la desmesura. Ellos lo cumplen entre parafernalias de una alianza trenzada en otros palacios.
Por momentos, algunas delegadas no entienden el sexo duro entre las palabras de hace dos días y los actos de hoy.
En la equidistancia entre las bestias y el respeto al otro, no existe la línea media de contemplar el deambular marcial de los animalizados, porque estos tienen el límite en la violencia extrema.
Mas que les puedes pedir si quienes les guían, asaltan la justicia con el que se rige una sociedad a la que en sus púlpitos dicen amar. Pero ¿En nombre de qué?
¿De una justicia divina a la que ellos han secuestrado, como si fueran sus apóstoles?
¿Una superioridad moral a la que acuchillan, eliminando el respeto a sus compañeras que les han dado sobradas muestras de su, al menos, misma capacidad y respeto de unas leyes con las que ambos llegaron a dónde están?
¿No son, en realidad, adoradores de un dios terrenal que les recompensa desde sus amamantados medios con un silencio por sus villanías y por destrozar el fiel de una balanza violada?
Besos de actos para mostrarles nuestra existencia enfrente de sus traiciones a la convivencia
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