lunes, septiembre 13, 2021

Chispas en el tobogán

  Bestial, es bestial subirte a una montaña rusa y desde ahí observar las increíbles subidas a un cielo que estás seguro que no serías capaz en toda una vida y unos oscuros descensos que sólo has visto en aquella rampa a los infiernos que vistes en el Cinqueta. 

  Mis criaturas me han puesto en esa altura, no porque crean que me gusta la aventura, ya que les tengo demostrado que cuando voy con ellos al parque, el hecho de ir esquivando castillo de arena, perros, parejas adolescentes practicando las posturas de los videos caseros pero en parques, me parece una práctica de riesgo de la que me recupero leyendo dos horas seguidas, un libro al revés. Hasta el hecho de ser otro a través del escrito "la Piel" de Sergio del Molino, me ha quebrado mi plataforma de confianza en el que estoy edificando mi presente.

  La mayor, que no se porque van creciendo y pasando al lado, silenciosas, para que me aletargue cada vez en mis modorras, es la que me ha dado el empellón. Estaba en el coche de atrás. La veía inocente como la he visto toda mi vida. Yo había soltado el freno, porque la inercia de parado es quedarte parado. Tú, por ejemplo, votas a un partido que sólo habla de los desahucios, pero no de construir viviendas sociales que no hagan esclavos de su porvenir, incluso a los trabajadores y ya acudes como un zombi a las placas que te ponen a la entrada de tu casa, a ver, si todo suena. Es la perspectiva de futuro que otros te han dado y donde tu te has acomodado. 

  Noto un chispazo en toda la instalación, yo no muevo ni un pelo, ni una mano, no molestar es mi máxima; entonces llega Elisa y la oigo que se disculpa, con antelación, no me vuelvo, ya tantos años, alguna broma habrá empezado. Lo que no espero que una décima de segundo después, su módulo me lancé al vacío. 

   Todo se me nubla; los pies, buscan los frenos, las manos, los bordes, la cabeza, sumergirse y las tripas, esas entran en ebullición. Serán 40 metros de caida que duran menos que el salto en el río Jucar; ese instante, es la eternidad que me deja pensar: ¿Por qué hostias confíe en los bocazas que alababan la competitividad de tener varias eléctricas?. Ahora, caigo en el agujero lleno de oscuridad, con el cuerpo echado para atrás, lo conseguí, como no queriendo llegar a contactar con su superficie. Parezco ignorar que de ahí a poner el cubículo horizontal a un mínimo gesto y un peligro de aplastarme las vértebras.

  Cuando creía que no saldría de mi entrada en las hades, algo, las mismas eléctricas, me conceden un respiro, tiene que haber clientes que confíen en ellas, que se sientan desfallecer pero que en el último momento, al remontar, vean el cielo de algun fantástico anuncio publicitario en el cual calmemos nuestra desazón con un imposible futuro verde, sino es porque en nuestra cabeza, estalle el Hulk de la ira. 

  Subiendo, lo que parecía a una velocidad endiablada, en los últimos metros parece como si un ancla, sujetada a tu cintura, te fuera a impedir llegar a la cima. ¿No sabías que pese a los virutas de libertad que lanzan desde todos los medios amamantados por sus dineros y el de las empresas beneficiarias de cimentar nadas, te someterían a una sanidad que te exaspera por no estar cuidada para lo inmediato, pero que te salvará en lo esencial? 

  Un metro para llegar, una valla electrificada por derribar, se te hace imposible que el resquicio de inercia de movimiento que le queda al cochecillo, lo supere. Cómo ahora, se convierte en una entelequia insuperable mirar a la cara de los que como yo, votan a esos partidos corruptos y oírnos soltar las más variadas teorías conspirativas sobre quienes sin tener ningun poder, van a exorcizarnos para cometer las mayores tropelías. 

 Cuando empujado termino de remontar y me lanzo de forma irremediable a un looping, ya no sé lo que me queda dentro; sólo el hecho de, boca abajo, ver la risa desencajada del pequeño, que aún me cree un héroe, en pleno proceso de salir a la dimensión "interestelar", de la que muchas veces le he dicho que venía, como si fuera un rey, pero que a cambio no era más que las ciento de horas que tenía que hacer para conseguirles algun regalo, pero no por ninguna intermediación. A no ser que mi jefe entendiera que entre sus enormes beneficios y esas horas no declaradas, yo fuera el que donaba mi tiempo, a sus ganancias en negro.

  No sé cuanto habré estado suspendido en el no ser.  Ante  la familia he querido dar la apariencia de honorable y luchador; he intentado parecer republicano y combativo para una sociedad donde las viviendas sea un encuentro contigo mismo y no con los fantasmas alimentados por la especulación, donde la electricidad, sólo sea una anécdota y no afrenta clavada en la espalda; al final, parezco un timorato, en medio de vaivenes, vamos un psoe.

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