Subiendo hacia Montjuic; Uno, desde el raval, la otra desde Plaza de España, puede que en algun momento se crucen sus pasos. El uno, Sergio, un director de cine de origen colombiano al que han descrito en su vida, junto con su familia original, Fausto, Luz Elena y Marianella como unos seres en lucha por ideales que buscaban tener cimientos en la realidad; la otra, Luisa, una mujer trabajadora, migrante precoz de una España, ahora ya casi vaciada. Ella, tras más de cincuenta años, en esta ciudad de luz, Barcelona, mantiene su lucha desde una ausencia de su marido, pero con su arraigo a las costumbres catalanas, quizás la mayor, el espíritu deportivo como elemento de salud.
Sergio y Luisa emprendieron sus propios viajes desde muy jóvenes, dejando unas orillas con casas en besos, lumbres de esfuerzo y necesidades desde los amanaceres. Llegaron a tierras donde los aires expulsaban palabras sin sentido, como dardos que les paralizaban en noches donde los camastros eran bordes de acantilados sobre los que apenas se sujetaban antes de caer sobre piedras que amenazaban con seccionarles futuros hasta que un día descubrieron que para aquel viento empezaban a tejer telas que cada vez retenian más significados.
Descubrieron, entonces, que empezaban a controlar los timones para encontrar islas donde abastecerse para seguir buscando inmediatos Itacas que les dieran lunas donde reposar.
Hoy, en sus edades adultas trazan pequeños pasos en mentes que vuelan por sus días de guerrilla fuera en las selvas colombianas, fuera en la ciudad de rebeldías y riquezas burguesas.
Aprendieron en todas aquellas marejadas, claves que serían las estrellas que les mostraron la inconformidad para afirmarse en sus construcciones.
En la montaña, se posa el cuerpo cansado de las luchas de ahora. El director pasea con su hijo adolescente sobre la alfombra tejida por una familia descubriéndose al vivir con el choque con sus ideales.
Luisa levanta la vista para cruzarse con la del joven que le dirá al padre cineasta, ¿no crees que esta mujer, sola, parece que modesta en sus ingresos, está manteniendo una lucha en una ciudad convertida en una selva donde se han juntado vidas, desgajadas de sus seguridades, donde los miedos y la supervivencias alimentan violencias que se ciernen sobre unas vidas bañadas en patinas con mezclas de Sísifo y Scarlett O'Hara?
Sergio, recordará a Fausto, salido de una Barcelona bombardeada con esquirlas de prejuicios, metralla de odio de clase y clavos para crucificar a las osadas que querían romper las líneas de los horizontes. Se para, no sabe si volverse.
Luisa, mientras tanto, con su compañera, en la que las dos ejercen de cayados de la otra, bajan a sus respectivos pisos; cuando entra en su edificio, descubre que la comercialización de las necesidades, crean encuentros con inseguridades que patean convivencias.
Cuando Raúl y Sergio se vuelven, contemplan los cuerpos, ligeramente encorvados, de aquellas luchadoras que no saben cuanto tiempo podrán aguantar sin ser confinadas en lugares para protegerlas en ambientes que anestesian. No pueden seguirlas, pero tienen acceso a la alcaldesa
Hola Ada, en un pequeño piso, no existe un wifi, el teléfono tiene carcasa del pasado, los ejercicios se hacen de forma metódica y lenta, porque en CEM Espanya Industrial una mujer en sus ochenta años se siente desvalida, los ruidos de las habitaciones festivas parecen querer marcar otros ritmos más violentos. Una cámara se queda en un piso con la puerta del ascensor abierta, el visitante esporádico, en sus mundos brillantes no parece percibir que una señora debe escalar sin arnés, mientras él con su sonrisa tonta cree pondrá otra cruz en su mapa de ciudades descubiertas
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