Estabas embarco en una nave, con una vela que no se podía bajar. Aquellos tiempos, una continúa brisa no descendía. Todos los trucos que habías aprendido para rizar la vela, parecían imposibles de aplicar en tales instantes.
Habías navegado hacía numerosos rumbos y en casi todos, aún no habiéndolo pasar bien en bastantes momentos, considerabas que habías aprendido cuando te habías quedado por un tiempo mayor del simple hecho de ser turista. Aún así sabías que ni en un uno por ciento habías aprendido a respirar los aromas que percibía la protagonistas de "los perfumes". Sobre todo los de los nervios, miedos, incertidumbres, pasiones que habitan en los ojos de las personas que te cruzas.
Ese constante viento que no arreciaba, no te permitía ahora parar en aquellos puertos, ni tan siquiera descubrir otros nuevos que puedieras apreciar por lo vivido con anterioridad. Te acercabas, veías a personas, conocías los pasos estrechos que te estamparían contra los acantilados, los lugares donde la profundidad haría encallar la embarcación. Todo lo sabías, pero no había un descanso.
Sentir que un libro iba entrando en tu mente, para poner rumbo a otras historias, otras vidas que te enseñarían se había convertido en una quimera. Ya reconocías estos tiempos.
Peligro de no tener el sosiego para nacerte en un libro o para penetrar en los aromas de otra película que te diseñara tus propios mundos por descubrir desde lo aprendido.
La inmediatez de esos vientos por controlar, te había recrecido la pared en la que te encierras, sin huertos, árboles o manzanas a las que acariciar entre las manos que las recogieron
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