Tierra, agua, viento y fuego pueden ser vividas sin pasión, pero cada una de ellas nos llama para que las tomemos como una historia de amor necesaria de ser descubierta, en sus intensidades y ausencias.
Les invito a tomar riesgos. Antes, tomen todas las precauciones; tapen bien los botes de mermeladas, limpien aquella esquina que durante un año parece no ensuciarse pero que, poco a poco, ha ido variando su fisonomía. A la derecha, de la puerta recojan la botella de leche si es que el perro, dice el vecino que bullicioso, no la ha dado una patada con el pie de su amo.
Ahí enfrente, un 14 de abril alargado, una naturaleza con las últimas lluvias y una temperatura que enciende todas las células. Si las de las plantas y las de los seres humanos han entrado en ignición.
El maestro contempla el patio, como hace noventa años, lo contemplaría un. compañero suyo, intemporal para la memoria y sueñan haberse desatado del control de las élites, de la tutela de las doctrinas.
Les dicen a su alumnado que el agua no siempre está tranquila. Les anima a que sean ese fuego arrasador con toda la maleza que les atan, que les enmarañan la perspectiva de un día diferente, donde ellos sean participes de sus sueños.
Les invitan a que salgan a la calle, encuentren la parte de tierra, no colonizada, aún, y vean la fuerza de esta primavera sobre las plantas que hace unos días parecían vencidas. Si levantan la mirada contemplarán los nuevos vestidos de los árboles que con la gran nevada parecieran haber cumplido, tras esa derrota.
Primavera, ese es el ciclo de la vida, sufriente por tan perniciosa intervención humana, pero aún capaz de mostrar las ramas que ya fueron vencidas y pueden ser cortadas, enfrente de las nuevas que surgieron en el nogal tras una poda, no respetuosa pero con la majestuosidad de aquel brazo que pareciera un manantial de nueces. Grandes errores que la naturaleza repara para que un día, alguien piense que esas futuras ramas preñadas, fueron así por un trazo del viento
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