En un piso pequeño de una ciudad inmensa, caben los amores más intensos cruzándose por los parques tejidos por los ojos casi ciegos de una mujer que pasea con sus años vividos
Su hermana acude presta cada día para salir de estas colmenas donde entrar ya no sólo abejas, sino seres en transición, y así alejarse de la pesadez de la opresión de lo no comprendido.
Entre los párrafos de la lectura, quizás encuentre los trazos dejados por los protagonistas estén las salidas obligadas de pequeñas aldeas bañadas en hambre, quizás porque como dice Galdós, en su libro "incógnita" un rentista no perdona ni un céntimo del trabajador que se desloma para pagarle sus derechos adquiridos del primero, en un tiempo pretérito.
Silencio para escuchar a los otros, fuera de los mundos palpables de las dos exploradoras; adjetivos, adverbios, sustantivos puestos por un escritor que utiliza ese combustible para diseñar parábolas sobre vidas que eexploran en sus lecturas.
Salir del universo que se ofrece como maravilloso, amplio, atemporal para tras horas en esa esperanza, descubrirte encerrado entre las nuevas tecnologías que te dirigen a cuartos estabulados, sin invitación a ser marino de tu propio rumbo. Soltar amarras de la nave con la vela de escucha de la voz del voluntario que lee a la habitante de pasos perdidos.
Agradece ella las nuevas olas para acercarse al ser que la libera de las paredes cada vez más cercanas entre ellas. Ahora, esos muros tapan el sol que les daba el abrigo de los actos por todo el tiempo pasado en la intemperie de la lucha empezada en un pueblo de las parameras de Sigüenza.
Lejos, aunque casi habían sido vecinos, un 22 de Febrero murió en Colliure un maestro despojado del manantial de experiencias que trazaron sus escritos. Había pasado la frontera física pero el cuerpo sucumbió ante tanta penalidad.
Su poesía levanta el vuelo para tocar con el ala el cristal a unos patios donde el limonero del tiempo busca ser regado por sus propias experiencias.
Época difícil donde la precariedad se instaló para ser espino por donde intentar encontrar las manos que les aparte por su ahora para dolorosos zarzales.
Antonio Machado, Ruiz Zafón permanecen en una esquina del pequeño salón donde dos hermanas les leen y escuchan para quizás bajar por una escalera de caracol y convertir la Barcelona que las alimento en sus tierras donde las setas nacen, cada día, para vestir los paladares del oído en el Palau, de los olores en Montjuic, otro castillo, como el suyo, tan altivo, tan sede de poderes, y ya destruido, de exploraciones.
Carlos sonreira cuando un matiz muy personal que quiso dar en ese párrafo determinado sea conocido por ellas que lo surcaron en su atender en casa de otros. Encuentros para eliminar fronteras
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