En el barco, puse muchos camarotes y varios baños. Aunque alguno me sugería que "ancha es Castilla", pero ahora, después de haber leído el último libro de Amin Maalouf, "Nuestros inesperados hermanos", me alegro de haberlo hecho de esta manera.
No me imagino a nuestros benefactores viendo llegar todas nuestras excrecencias, sin el tamizaje que puede ejercer "un roca".
Por otro lado, es importante pensar en la dignidad de un ser humano en esas situaciones tan intimas.
Cuando he ido a izar la vela he tenido que rizarla un poco; el viento, estos días es muy fuerte y ya no soy tan buen lector de fino hilo entre navegar de "ceñida" y quedarme "aproado". Esta última situación la quería evitar por Imán, está a punto de parir y prefiero que la embarcación navegue, a dejarla "al pairo", con 30 nudos/por hora que lleva de velocidad en estos momentos este aire tan cambiante.
Somos pocos en la tripulación y muchas las personas que hemos tenido que recoger de una patera que iba a la deriva. La palabra no sería bestia, más bien engendro humano, quien les ha montado un motor que parece haberse sacado de un desguace especializado en fundir metales. Este parece que lo extrajeron en pleno proceso.
Javier Martin en su nuevo libro "No hay tierra sagrada para los vencidos", editado en Blume, me acaba de abrir su puerta para que investigue los posibles porqués de tantas y tantas personas que tienen que abandonar sus certezas. Con nosotros viaja uno de los que en su momento, parece recordar que montó en otro embarcación que les salvo también la vida.
Me dirijo a él, no tiene ojos, los escondes entre sus zapatos. No quiere hablar. No, no es vergüenza, ya tuvo una conversación en el anterior barco de rescate. Iba decidido, se llenó de esperanzas. Ahora ya no. Por su piel para que han restallado sogas en los últimos tiempos. Las heridas aún supuran y ciertas muecas de dolor, parece que se quieren convertir en un tic alojado en su poderoso cuerpo.
El viento no amaina y alguien me dice que se necesita que nuestro, casi cascarón, en estas condiciones, tenga una conducción más suave para ayudar en el parto.
Mi soberbia está a punto de estallar; como me han dicho muchas veces, esa mirada "torva" está apareciendo. En ese instante, mi mudo interlocutor, con una suavidad fruto de un lenguaje corporal tallado en los mejores teatros, me desvanece del timón para tomarlo con decisión y sobriedad. Lee en el agua e intuye en el paisaje, que poco a poco, ha ido acogiendo diferentes bandadas de pájaros, que habrá una zona más tranquila.
A ella llegamos, rápidos; con una madre dolorida y exhausta y un niño que bracea como para acariciar una mascota exterior a su último hábitat.
Nos cruzamos con una nave, nunca vista, también inesperada en la que 54 personas, luego me dirán, habían salido para intentar darnos algun soporte.
Nos quedamos mirándonos los miembros de ambas tripulaciones.
Parecemos todos, muy diferentes. En nuestros rasgos podríamos hacer un mapa mundi de cada una de las tierras de las tribus, bañadas por ríos, lagos, mares, océanos más o menos salados.
Desde fuera, esa diversidad para un maremágnum a punto de estallar. Y así sucede
- Sus timoneles leen igual los vientos que les empuja en sus dos diferentes costados. Los capitanes observan la mejor salida, tras que uno desventará al otro. El cabotaje de ambos sirve para terminar de alzar más las velas, en nuestro caso, y en que no sea una trampa para nuestros movimientos por la cubierta. Los grumetes facilitan la atención a nuestros pasajeros y en el barco que se nos acerca, les encontramos preparando el espacio para que los dos barcos puedan navegar con más equilibrios.
Pronto, en una hábil maniobra, aprendida en el primer Laredo, de sus sustos, se acercarán las naves y se abordarán; en sus acciones, han comprendido que tienen un lenguaje común.
A lo lejos; oteando que los gobernantes tengan miedo a los brutos. Algunos mercaderes empiezan a hacer números con estos migrantes; esperanzados que, una vez más, se les vuelva a abandonar
No hay comentarios:
Publicar un comentario