Sientes que pasaron nubes con personas que te derramaron sonrisas. Me imagino que la vida es ir perdiendo soportes emocionales en los que has encontrado un motivo para hablar, sonreír, abrazar, soñar.
Con el pasar de los años, es un vértigo al que, por desgracia, te acostumbras. Queda, sin embargo, un abismo por el que te ves caminando más a menudo. Sendas escurridizas, en las que, por ahora, encuentras maromas a la que agarrarte.
Hubo un tiempo que empezabas descenso, incluso por diferentes ríos de Europa a la hora que los europeos concluían. Era nuestro ritmo, como el de los últimos años, en verano, ha sido tomar nuestro café a las 10 de la mañana en el bar de Huetos.
Ya habías llevado el otro coche al final de la ruta; en el estaba la
ropa seca y algo para alimentarnos. A veces, los saltos, rebufos, piedras y
pasos como el del Güil tiene eso, dificultades que te pueden retrasar la
llegada. Amarraba a puerto conocido estos, ya 5 años, en la casa de la plaza.
A Basilio, a esa hora, ya "José" le había preparado el bocata que se comería entre torrentes de bromas recibidas; pozas de historias en las que sus aguas se vestian de escarlata y rápidos como los quiebros que daba para que aquellas sonrisas no tuvieran un fin. Cuando salías de bar, era como estar sentado con los chicos de Vitoria, después de haber bajado alguno de los ríos; estabas satisfecho, alegre y con el abrazo de la camaradería.
Aquella época de bajar los ríos que manaban de los picos que se suben en el Tour quedan lejos, pero en días como hoy son los balcones con su ventanal por el que te quedas recordando las dificultades, los miedos, los peligros a los que te enfrentabas, siempre sabiendo que a tu más bien poca pericia, podías enfrentarte porque ibas acompañado de personas en las que podías confiar para que ante una piedra que te encajará, una retorna que te agarrará, una caída que te pusiera a merced de saltos, "contras" indefinidas, ramas que te sumergieran, tuvieran las manos firmes para agarrarte con ellas o para lanzar una cuerda que te llevará a la orilla.
Cuando algunos días, siempre menos de los que quisiera, siempre un tesoro con el que decoro mi memoria, me quedaba hablando un rato más con Basilio, entendías que él, con "José", Yoli, Juan Carlos había sido ese intrépido acompañante que va a estar anclado en una roca para de ahí, impulsarles para salir de aquellos momentos de dificultad; pero a la vez, veías que todas ellas, con sus nieta y nietos eran los seguros compañeros, a los que amaba y los que también estaban en aquellos mismos momentos, correspondiendo con sus cuerdas de seguridad del cariño; sus chalecos salvavidas con silbatos para avisarle que ahí les tenía; con sus cascos para repeler las durezas de algunos tiempos que seguro llegarían.
Desde los 16 años juntos, José y Basilio, en cada paso un látido al unísono; les veía más lento en el caminar en el último año. Sería corriendo, no lo puedo negar, pero fluía "mi pies barcas" cuando el verano pasado llegaban para ofrecerle un tomate del que estaba orgulloso también por haberlo extraído del huerto del tío Ambrosio, sentía que su carnoso brillo empalidecía porque el amor que se transmitían apagaba incluso al Sol, también contemplativo ante esa pareja.
Nos quedan las sombras a los lados de los rápidos del Oum er bia, para reposar y recrearnos en su memoria.
Cuando volvamos a tomar el kayak para seguir nuestra propia ruta, lo haremos con el recuerdo de esas sonrisas provocadas que nos iluminan cuando en algún atardecer, el tiempo se nos ha echado encima y alguna estrella nos hace dar la última palada.
Truenos sin las cadenas del tiempo, cincelan piedras en la orilla donde su sonrisa se imprime en las aguas que nos acompañan en nuestro recorrido
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