jueves, febrero 25, 2021

La luna

 Están herstøricas en una hama, impregnadas en el aceite parido, de olivos preñados por el Sol andaluz.

Yo, algún tipo de Mahamma, reposo mi cabeza en la columna, mi cama de suspiros, enfrente un sueño real, el patio de los leones y arriba una corona.

¿Cómo llegué allí? no lo sé. Mandaron llamar mi señor y yo, pinche aún, dada mi juventud, tuve que acercar el manjar que bajo pena de muerte, no podía ni mirar. Había pasado tanto tiempo en la cocina, experimentando con mi maestro en la mezcla de las ricas especies que conocemos que no reparé en que ya era de noche.

Tuve que volverme unos pasos, por las angostas escaleras, para pedir a mi hermano  que me acompañara con un cándil hasta el tramo final de las ellas. Aún me resuenan el latigazo que restalló sobre mi cuerpo por haber derramado aquel agua tan fresca traida del río Genil.

Al llegar, me dejo sólo, pero a pesar de la noche ya entrada había una luna que derramaba una luz que insinuaba toda la belleza transparentada en un ligero traje de gasa que la ensalzaba. 

Me extraño el silencio tan excelso como la belleza, sobre la que resonaba. Esperé minutos; el miedo me aterraba pero tras 15' me decidí a buscar por las diferentes estancias, Nadie encontré.

Me volvía, pesaroso, pues me estaba ganando una fama de fallar en la que se recreaba algún envidioso que las remarcaba delante de muchos, sobre todo de ella, aún más hermosa de como se mostraban las aguas, los leones, la pequeña torre y la luna sensual y lasciva.

Pensé en ella, y en cansancio busqué sentarme, habiendo dejado a buen recaudo el vaso. Fue en el suelo y me apoye en la columna. Armonía era ese instante. Me sentía hechizado por algo que era sólo material; pero veía su equilibrio, recorría sus voluptuosas formas. ¿En qué momento de la historia alguien se había parado en este mismo punto en el que me hallaba yo, para engendrar una belleza tan sublime?

Pareció que las estrellas habían traslado a aquel espacio toda su majestuosidad. El tiempo se escapó entre mis dedos que se lanzaban a cuidar aquel tesoro como se cuida un pajarillo bello y perfecto.

Me pareció una osadía apartar mi vista de aquel tul que me protegía. Sólo el sentir un pequeño calor sobre mi espalda me hizo salir de mi sopor.

Cuando alzé la vista y la ví; puedo afirmar que nos poseímos; cayeron tules, gasas, miedos; allí estábamos, ajenos al entorno, aunque tomados por él.

Arriba sonreía la celestina luna


No hay comentarios:

Siameses y mercader

Siameses y mercader
Zaida, Fernando y