Correr no es una cosa nimia, ni circunstancial, ni dolosa aunque algunos días parezca que lo intento dentro de un liquido viscoso.
Podría decirse que la herida trazada en la tierra por las motos con caballos desbocados y sin pedigrí para trepar los empinados ultimos cien metros a la cuesta que preside Guadalajara es un resumen del esfuerzo requerido aún en el llano. Pasos cortos, intento de que sea una carrera y aire que da de sí, sólo, para el siguiente medio metro. Las penumbras han ganado e intuyes ciertas irregularidades, intentando proteger el ,tobillo maltrecho. Ya, en esa angustia te has olvidado de los gemelos que hasta hace poco te ponían botas con plataformas a unas débiles piernas.
La senda que bordea la corona, es bella, llana y placentera; un pequeño remonte de 15 metros intensos y ya intuyes "la cuesta de la paloma", y antes una pequeña fuente que te viene a la memoria que de muy pequeño visitaste, cuando salir del barrio próximo era un viaje sideral enclaustrado en un perro que creías que no te dejaría, jamás acercarte a la "fuente de la Niña", o un barranco donde, alguna vez, oías que vivía una bruja, o una salida a la "aneja" que era nuestro "cole" de referencia, antes que "el banco", cosas que quizás tenían que ver con una cierta selección.
Cuando llegas a esa fuente, ya subes arriba, ayer, si, hasta el final de la cuesta, como animabas a papa, cuando ya el cáncer le había atrapado en su etapa final y la cuesta del Hotel Pax, era nuestra meta para luchar contra que le había cogido sin piedad.
No puedes decir que antes, sobre todo al reposar ante tu primer pie en la senda, no hayas mirado todo el inmenso valle del Henares, ahora remarcado por las luces de los pueblos aposentados hasta el horizonte del Sistema Ibérico por un lado y por otro, el Madrid, descomunal, ya casi anochecido por un Sol que les huyó, no se sabe si asombrado por el desprecio que tiene una gran cantidad de sus habitantes a las luces que denuncien la corrupción con la que han crecido durante los últimos años.
Pero volvamos a nuestro momento de ayer, con la luna llena jugando al escondite según los collados que superabas, la noche se te hacía un poco más liviana y tras observar, por unos instantes, un camino, ya en el alto, donde durante días de plenitud, te gustaba hacer alguna serie en la que antes del Ave, te creías liviano y poderoso aunque no tuvieras raíles. Cuando ya decides bajar por la empinada senda, miras al suelo, pero, te sigue atrayendo mirar de frente, contemplas las estrellas terrestres que con una cierta arrogancia sueñan con deshacer el equilibrio de las celestiales.
Las luces de la noche delatan las aglomeraciones alrededor de una enorme urbe, que desprende una energía para trabajos que debieran equilibrar vidas, pero también producen unos desechos que deshumanizan seres, destruyen espacios, contaminan vidas, sueños, tiempos.
Ahora sin embargo, la luna me hace intuir, a duras penas, las protuberancias de sendas retorcidas por lluvias, nieves y hielos; cuando ya, en el llano, el tiempo me hace pesado, oigo unos ladridos. No el de aquel perro, que paralizaba mi salida hacía el campo del fútbol del Hogar Alcarreño. Entonces hubo que hacer “de tripas, corazón”. Ahora ya aceptas la irracionalidad de lo que pueda acontecer; dos sombras nos observamos a través de una valla, nadie dice nada, cuando nos hallamos enfrente. Alguna vez, en otros momentos, recuerdas que no debes tejar tu propio muro, con la argamasa de la poca educación de quien te da un portazo. Al final, utilizar el mismo material, a ti, te pudre. Que los rombos los pongan ellos, los caminos propios tienen los suficientes pasos dados en la oscuridad como para acumular pedregales en los que labre lo que soy.
Luces imprevistas para un periódico abono de una tierra que ha calmado tantísimos fantasmas. Las zapatillas que me llevan frotando la mente por las últimas fútiles escaleras, destrozaron, una vez, el hierro de mis botas
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