Sin poner Proa de por medio, se acercan señores difíciles de encasillar para ver si tienen cabida en la nueva selva que hemos plantado. El primero se hace llamar Tirteno. El hombre, vamos a reconocerlo, está triste, ve toda la vegetación naciente y se dice a si mismo:
-No llegaré a verlos crecidos. Debo partir, muy pretencioso, alza la voz y se dirige al cielo como para imprecar por su mala ventura. Recuerda, allí en el anfiteatro me medí con Demóstenes e incluso le dí algun consejo para mejorar su dicción. Durante horas y horas tratamos de que el mundo fuera un poco mejor.
Se hace un silencio muy grande, todos toman conciencia de esa realidad; y sin embargo, como puedo seguir si hoy consciente de ser un cornudo. Cae abatido, hinca las rodillas y clavando los ojos sobre las nubes, tras haber dicho alguna de las palabras más desgarradoras que oídos humanos pudieran oír sobre las gradas que siempre buscaron soluciones, encuentra en el corazón parado el momento para partir cabalgando los cielos.
En la historia, nadie recuerda las bellas introducciones que preparo Tirteno para modelar el derecho romano sobre el que se edificaron tantas y delicadas sociedades. Sin embargo, yo mismo, narrador improvisador. Actor ocasional le tuve que representar con sus brazos alzados, su palabras quebradas y su manto desgarrado y sus ojos inundados de vacío cuando sólo asumió que la decisión de su mujer, había sido en ausencia de actos, y por las muchas palabrerias.
Tirteno, sólo consciente de su amor por Davinia, hubiera cogido a nuestro nuevo personaje, Odiseo y se hubiera ofrecido como marinero de acción, para con esta valorarse en si mismo. Y no agarrarse a la éterea promesa de espera que se había imaginado mientras tallaba las nuevas leyes.
Odiseo, embriagó con el mosto mágico, lo mismo era de Huetos, al cíclope Polífemo, codicioso de la carne humana. Cuando tuvo que seguir contestándole, para atraer su atención y perderle en su desamparo ante el ojo pérdido. Se imaginaba Tírteno haber sido el primer marinero atado al carnero en su barriga en ser investigado por el gigante. Ahí, hubiera encontrado el sentido a su vida.
No fue así, Odiseo, en cambio, tuvo a la inquebrantable Penélope, con el glamour de ser también poderosa en una sociedad que entierra enseguida a sus héroes y sólo los tiene, después, para justificar sus desmanes o perpetrar tropelias. Fue, ella, en alguna manera firme y también exploradora de las debilidades de los hombres que se ofrecían como guerreros cuando en realidad, encontraban en sus peroratas, gradas de oídores, pero no hacedores. Tírteno, ¡oh Tírteno! modelaste el mundo y te impusieron los cuernos
¡Grandes dioses fagocitadores! Si las kalendas le hubieran pillado en su descubrimiento en Otoño, quizás ya hubiera llevado su rebequita para visitar los cielos incandescentes de este tiempo quemado por el Sol, fuego y yunque para atravesar las mentes sin siesta.
Al programa Proa, esos que se inventan las empresas privadas para con su punta inocente y desvengonzada preparada para horadar la escuela pública, la aproaba yo, con la ayuda de los vientos de las mentes unidas para desmontar las desvergüenzas. Pero estas, las tienen en grado supremo, cuando no mandan profesores para que apoyen a los alumnos en su horario, y a nosotros nos tienen pensando ser cada uno más excelente.
No sé porque al decir esta mágica palabra; fluye una pregunta ¿para?
- Juan José Millás, dice que existen cosas que se piensan pero no se debe decir, ni hacer; el control sobre eso nos hace humano
No sé porque oigo el eco de
"pa mis cojones" (pero esto, parafraseando a Millás) se borrará en la historia para que el testamento tecnológico me redima y a cambio he pensado escribir
"Pa' librarme de los acaparadores"
No hay comentarios:
Publicar un comentario