Todo se hace pesado y sin embargo las plantas te las ha llevado el coche. Los pasos que inician la carrera, se anclan en una esterilla. La prepotencia se va deshaciendo en azucarillos y los libros pierden sus letras en el marasmo de luces que deslumbran la mente que necesitaría un respiro.
A lo lejos, el tren arrolla otra vez, una vía sólo preparada para estacionar sueños. Te vuelve la rabía en la que el único efecto es estar un círculo incendiado, al que sabes que debes renunciar.
¿Por que daré la oportunidad a que mi yo aspire a ser otro, si siempre fuí en los tiempos sorbidos que no se arriesgaron al abismo?
Allí, camino en días sin fuga, el agua se desborda en mi siempre eterno aprendizaje; las palabras se atontan en un encierro que es propio, es un mundo encajonado, por el que abro la puerta de una habitación donde el interprete supo decirla hola, y ahora, se abrazan porque el derroche de generosidad baña sus cuerpos cansados y sus mentes se sacían por lo compartido.
A lo lejos, aunque, a veces, me encierran montañas, siento que ellos son parte de mis días con; aunque la noche cae pesada y el tiempo da golpecitos, impasible como si quisiera taladrar
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