Estos días de naturaleza salvaje, de nacimiento en cada primavera, cuando vuelvo a recorrer los contornos de Huetos, me absorben sus espacios, tan diferentes, quizás pequeños, seguro, que para explorar. Podría decir que la intensidad del verde de sus praderas que quieren granar sus frutos, se mezclan con la dureza de los árboles de muchas generaciones, que vieron las idas y venidas de tantas mulas cargadas, de tantos niños, sin juegos; de tantas niñas que guiaban caballerizas, con la responsabilidad de acarrear cosechas, leñas o bocadillos con los que alimentar a sus familiares.
A Santiago
le acompañe en los últimos años, en nuestro, a veces tormentoso, juego de
guiñote. Disfrute mucho que se uniera; este año sólo una, a nuestras partidas.
Se me escaparon los años, que les vería cuando el tío Vicente, tenía el bar del pueblo. Me imagino que de niño les exploraria a todos ellos, si es que se podía ver. con tanto humo de tabaco, como seres muy lejanos.
De Santiago y mi siempre querido y generoso Francisco, me cuentan que debían transmitir siempre buen humor y chanzas. Cuando hoy bajaba por el camino del Depósito, más arriba de él, y veía , lo más lejano, trufado de bosque regado, el Alto Tajo; de la Nuclear apaciguada por las aguas del río; por fín, mi vista caía a las paisajes más cercanos, a los Galayos, con todas las dentadas clavadas por el viento sobre su superficie para crear cortados inexpugnables; entonces, porque a mi lenta carrera, le llega un poco más de oxígeno que cuando mis zancadas eran un sin vivir, querido y bonito, me venía a la memoria el instrumento de Santiago, aprendido su uso entre medias de sacrificios, de sudores, pero con las ganas de dar alegría a la vida de los hueteros.
¡Cuántas miradas no se habrán cruzado de amor soñado, imposible o lascivo! entre los sonidos extraidos de las cuerdas movidas como hoy, el ligero viento produce en las copas de los árboles por los que paso. Entre ellos, inquietos pájaros lanzan sus trinos para sus canciones, que fueron las de hace muchos años; cuando, imposibles al sonido, las madrugadas de los inviernos crujían entre los huesos que buscaban ser activados por los músculos asaeteados por los vientos que les esperaban para encogerles hasta el ánimo.
En tiempos como ahora, los huertos se estarían preparando, seguro que entonces no habría, ningún aprendiz que para proteger los calabacines, pusiera los bujes a la suficiente distancia para que la helada agarrara al vegetal sin que el buje se enterara. Este novato no sabe que cuando el hielo llega, no necesita más que un pequeño cuadro para bailar su chotis macabro de destrozar la cosecha.
¡No puedo saber las cientos de razones, excusas que Santiago encontraría para buscar una posición nueva en su violín donde le sorprendiera un sonido diferente, nunca oído; yo ahora, me asomo a la inmensidad de un tiempo que nos han legado, con Francisca, sus hijas e hijo para apreciar, entre la pena por su ausencia, el mecer mi vista tras la satisfacción de haber trabajado, a mi manera, en conocerles, en respetarles y en bailar con ese violín que trasgrede mi ánimo, hasta quebrarle, como los Galayos son arañados en profundidad por la parte de Monteagudo con vetas de arrugas con escondites tan inexpugnables como me es la música de Dylan y su penúltima canción "murder most foul". Danzo esos casi 17 minutos, con un violín mágico, queriendo ser esa cadencia que meza en estas sendas recorridas, un homenaje a estos hermanos que hicieron sentir proximidad y alegría, con engendro a tiempos nuevos. Nunca eternos, si dignos de ser celebrados por lo que nos dieron, incluso aunque a veces nos visiten los abismos, con los que nos debemos acostumbrar a vivir con los años.
Su sonrisa mueve el arco para que, incluso en la tristeza, encuentre los sonidos que nos impulsen a recorrer nuestras propias sendas
Imy and you?
1 comentario:
Muchas gracias por tus palabras y estos recuerdos tan bonitos. Siempre nos acompañará con su sonrisa y su dulce melodía.
Diana
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