Me han convocado a una liga de Debates. Al llamarme Julio, pensaba que hasta ese mes me dejarían tranquilo. Debe ser que cuentan conmigo en Argentina y allí el tiempo se ha enloquecido. Ya sabes lo que se dice "de tal presidente, todo se astilla".
Mi mentor, dudando de mi coherencia musical, me ha puesto a Lou Reed. No, no es un "perfect day" ni "la circuncisión de Harry", si esa que oyó una joven y sin habérsela explicado te soltó "pero eso es una incitación al suicidio"; como decía la canción el bestia era yo.
Jacques le Normand, que así se llama mi asesor, me recuerda que luego tendré que discutir con la música, lo cual es un poco ventajista por parte de esta, estoy enamorado de ella y ya se sabe que la pasión ciega.
Cuando deba admitir preguntas, espero que no sean indiscretas del tipo "has follado alguna vez con Bob Dylan", entiéndase escuchándole mientras ella, llámese Cindy, sentía abrasarse en sus entrañas.
Negociar con mis partituras para llegar a un acuerdo es lo que llevo haciendo un tiempo. He renunciado a escuchar nada diferente a un metrónomo y además he vuelto a pronunciar las palabras, pan, queso, tomate y chocolate como sortilegio para que un día pueda ser parte importante de la creación de la belleza común de Pretel, Cádiz cofrade o algún otro pasodoble en el que ando midiendo cada una de mis torpes zancadas.
He descubierto que es dura la otra parte. La partitura tiene sus razones y no se aviene a cambios estructurales.
Recuerda con un cierto grado de enfado y sobre todo, mucho hastío, las veces que se me ha recordado, desde el primer día, el primer profesor, la importancia de llamar a cada nota por su nombre, sentir su textura, darle la medida justa y encontrar una continuidad.
Delsi, que así se llama una de las partituras, en su parte de exposición fue muy dura; haciendo un ataque muy directo a la poca seriedad que había mostrado a la hora de ir afrontando la del Titanic y luego, algunas del libro del profe.
No, joder, añadió, aunque la cortaron, de forma inmediata, los del tribunal por usar una palabra grosera, que está determinado que no se puede hacer porque nunca se podría graduar de forma conveniente el nivel a alcanzar. Calmada y aceptada la rectificación por su parte. Enarboló la precisión matemática de la música y la necesidad que fuera así para que gente tan diferente en el mundo pudieran coincidir sin ningún problema.
Describió, tu sabes, la entonación de una letra de Bob Dylan es única, pero sus acordes, su duración, le tienen que valer a mí, añadió presuntuosa la partitura y a tí, asilvestrado advenedizo que quiere saltarse la esencia de lo que somos.
Cuando me tocó el turno le susurré Coney Island Baby y fui visitando tantos mundos de emociones por los que se mece mi cuerpo. Ella no está, es cierto, diría Pablo pero el ritmo de mi mano la acompaña en algún lugar terrestre para buscar nuestros peculiares sabores.
Sé, y quizás en ese momento comencé el momento de la negociación que siempre he querido la gloria de la música, por mi amor a lo que me muestra.
Me has dado los mágicos momentos y cuando he querido hacerme tú, mis ansias han olvidado aquellas palabras claves: pan, queso, tomate, chocolate y como debía convertir aquel océano de intrigas en una aproximación pausada, paciente, intrigante y repetitiva, como fueron aquellos meses donde
Nobody but you
La partitura aceptó mis palabras. Soñó que la visitaría como en aquellos lechos donde se encontraron misterios y si, el tiempo, mostró que aún existían más.
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