Es uno nuevo e innumerable error y la subsiguiente mirada reprobatoria.
Dolido porque algo no avanza, tranquiliza a quien le escruta y al decirle esas tremendas y retóricas palabras, le hacer participe de su dolor por esos errores.
Ugur Gallenkus revive la humanidad de lo destruido con las bombas rellenadas de la metralla de un mundo insensibilizado, mostrando el imperceptible hilo que le separa de los actos más comunes en un mundo sin guerras.
Tan mínima es la separación que el cabello agitado por el niño se vuelve para hacer trueque con una caricia.
Se escala por una escalera en derribo y se ase el niño a la vidriera que le transporta a la Gioconda, esta, mujer europea, sonríe con el tsunami de vida de una niña amputada.
El padre aspira el último sorbo de un abrazo lunar porque esta última sella la plenitud de un amor inabarcable. El charco que le alivia el dolor de los pies, termina en la piscina donde nadaba como para recorrer el desierto. Allí, juegan al voley mientras en en su esquina un niño empieza a ser amortajado.
Mundo a un paso de ser ajusticiado por quienes cometen los delitos.
Un ordenador tecleado por la niña extenuada que atravesó la arena, ahora ya no movediza.
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