Se queda en la orilla mirando algunos patitos; un poco loco todo. Son los tiempos, en aquellos años; no llevaría tres horas mojándose los pies en un mar que le habría invitado a tomar la nave varada a unos metros.
Ahora, mirar una y otra vez las pantallas le hacía creerse que sabía muchas cosas del mundo, pero la realidad es que no tenía ni idea de lo que sucedía cerca de su casa.
Mari, la pequeña, se había ido con Juan, el del quinto primera; aunque ella salió pensando que le acompañaría Pepe, el de la puerta de al lado; pero se equivocó y a este último no le importó salir, pensando que sería a dar una vuelta por el barrio.
Otto, no el perro de la señora del tercero, sino el chico venido de Alemania, con muy malas pulgas, él, la persona se dirigió por el paseo hacía el chiringuito donde debía bailar ella, La Terremoto, la había visto un día de otoño de hacía dos años y desde entonces se había convertido en su fiel seguidor.
Había hablado hacía una media hora con el empresario de la terraza y, este, soliviantado hasta más no poder, le había gritado y le había tratado de suspender la actuación y que él, basura extranjera, había matizado, le devolviera el adelanto de quinientos euros que le había dado.
Otto, se negó y, allí, como la ola gigante de un tsunami, Torcuato empezó a despotricar de los artistas que eran unos pesebreros, de los partidos de izquierda y, por supuesto, de Pedro, le llamó traidor, gañan, corrupto.
La Terremoto, en esos momentos le habían enviado un gran beso y un corazón por WhatsApp; eso le enciendo, no sabemos si en lo erótico, o en la frustración y, grabando un audio, la pidió ese dinero, de muy malas formas. Cuando Otto se lo recriminó, intentó golpearle y le contó una milonga que Hacienda le había puesto una multa, que le habían amenazado con pedirle aún más. Estaba fuera de sí.
Que Otto añadiera que a él nunca le había puesto una multa porque estaba al día con todas sus cuentas, le cegó; cogió una kayak que había en la orilla y lo último, meses después, que se sabe de él, es que por El Aaiún anda un zumbao hablando no sé que del flamenco.
El hijo de Torcuato pagó lo convenido aquel día, le quitó el mal sabor de boca a Otto y ella, La Terremoto estuvo tan espectacular como siempre.
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