domingo, enero 17, 2021

Moral

 Existe un texto que no se muestra porque de alguna manera vas buscando sacarlo a la luz, explorando y levantando los mantos de los matices con la premura de los anuncios que se instalan como destellos circunstanciales, grandilocuentes en la nada que no necesitaríamos.

Juan José Millás nos escribe una carta para que cuando marchemos alocados a asaltar el Capitolio de nuestras certezas, tengamos tiempo de parar en una mesa, esconde barrigas, para que tomemos un café y cuestionemos por lo que nos confirmaron que debiéramos machacar con el martillo de sus contundentes palabras.

Está a punto de nevar, la gente ya se ha empezado a quedar en casa; el viento se ha calmado, estoy seguro que los copos al caer se irán meciendo como los delfines por el agua. Su vuelo será impredecible y su toma de tierra, para los primeros, será dramática, porque desaparecerán como si nada; como si no hubieran existido.

Pareciera que debiéramos olvidar aquellos maestros-as que se movían por una República que promovía engendrar seres libres. 

Fue el fanatismo y el terror, el suelo en el que se buscó desintegrar los torrentes que regaban los mundos por conocer. Unos servidores de la noche, inseminaban la moral con los prepucios de sus incoherencias.

No sé si está a 300 ó 500 metros de mi objetivo, este bar, que me ofrece esta banqueta para un reflexión rápida, son los tiempos. He dejado de fumar, pero el humo de un coche circulando, no muy lejano, se me acerca como una nube baja que amenaza en rodear mi cerebro.

En LaMarea, dicen que serán menos grandes en tamaño exterior y de contenidos, pero que no nos preocupemos que seguirán siendo igual de exhaustivos en sus propuestas y análisis. Me parece acertado. 2 meses parecen largos para leer, pero lo difícil es encontrar tanta longitud para tan variados temas que se presentan en forma de trabajo, sueños, lecturas y programas que necesitas ver.

Este domingo, encuentro un oasis para leer uno de sus artículos. Es el pistoletazo de salida de un texto que quizás sea ilegible.

En los años 50 del pasado siglo, la policía franquista descubrió en un empleado de la Banca Suiza, una lista con más de 5.000 defraudadores al Estado español, si el franquista, si el apoyado en una doctrina católica. Antes en los cuarenta, en los comienzos de la dictadura, uno de los ministros, Larraz, había concluido que se tenía que llevar a cabo una mayor progresividad en el pago de los impuestos.

Pululaban entonces, como ahora, los caballistas de la moral, aguerridos defensores de una patria España que, sin embargo, no tuvieron armas, ni agallas, para a los inscritos en la lista, hacerles pagar lo que habían robado a su "muy querida" España (la lista se redujo hasta 800), ni para defender y seguir los consejos de quien se había dado cuenta que sin esos ingresos de parte de quienes eran más poderosos, no se podría sacar a su patria de una escasez que era extrema. A cambio, aquel ministro dimitió. Algo apenas visto, incluso con algunos de sus ministros, atemporales, que jugó a introducir restos humanos en cajas, como para averiguar las coincidencias finales.

A mi mesa, se acerca Javier; él, no sé si iba a asaltar su capitolio. Se queda en otra banqueta, ahora lejos; con mi mirada le pregunto: ¿debo seguir a la búsqueda de defender los diferentes capitolios de la moral?

¿En qué momentos se encuentra la moralidad de los que defienden a sus héroes con la amoralidad de los actos de estos?

 De aquellos, mencionados arriba y de los de ahora, que buscan culpabilizar en el otro, al que se le ha otorgado el rol de “perroflauta”, apagar la amoralidad de la creación de un hospital que sólo busca dar dinero fresco a las constructoras, insaciables.

El guitarrista pasa ensimismado entre nuestras dos banquetas. Encontró en una guerra de secesión, la batalla eterna que le lleva a asaltar el café colombiano que ingerimos; lo que nos queda en las tazas, él lo succiona.. Este grano rompió las fronteras, antes que los explotados de los cafetales llegarán.

Él si se dirige, pertrechado de su "coronel Tapioca", al asalto para defender su pureza racial. Son ellos, solos; el nosotros; no existe él otro, que arrancó el grano para paladear nuestros cielos. 

Estamos rehaciendo de forma continúa nuestra moral para abrir refugio a nuestras incongruencias, con el tiempo justo de cerrar para lanzársela a lo que nos dice de los demás

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