Me han colocado en segunda línea. Debo dirigir al compañero que tengo delante. Bueno, no sólo a él. Tienen un a fuerza descomunal. Se preparan como si ser los más fuertes fuera una religión.
He debido mejorar mucho en ese aspecto también. Intenté ser un buen corredor de fondo. En aquellos tiempos era una pluma. Ligero, parecía que frotaba por el campo y también en las pistas de atletismo. Para haber empezado tarde, hacia unos tiempos muy agradables para la autoestima
Hacer series de 1000 metros en alrededor de 2 minutos 48 segundos era una sensación maravillosa.
Los 400 metros en 1 minuto 8 segundos, te dejaban exhausto pero contento.
Ahora mi peso es exagerado, pero el gimnasio me ha confirmado una musculatura que me permite ayudar y corregir los desequilibrios de fuerza que producen los jugadores del otro equipo en la melé.
Estás muy concentrado, conoces a los tuyos y te has informado de cada uno del otro equipo.
Pero ese día, como un río tras una riada, ha habido cambios en la concentración de tu compañero. Empujas, le sientes, como otras veces, pero sabes que su cuerpo no actúa igual.
Gritas las palabras claves, porque también es tu amigo. Tratas de alejarle del agujero de su mente. Le hablas del instante que conoce. De su fuerza labrada, incluso de forma graciosa en el campo, cuando prescinde de la mula mecánica y tira del arado. Ahora esto es lo más importante. Fuera, no quiero que exista nada para mí, porque él lo sabría, y entonces nos iríamos los dos al garete y en esta situación, todo el equipo.
Está a punto de introducir el balón el estratega del equipo contrario. Lo es, entre otras cosas, porque conoce a sus compañeros pero también detecta alguna deficiencia en algun jugador contrario: una recepción sin activación, una decima en arrancar para bloquear al contrario cuando de normal, incluso se adelanta.
Si, detectó ese momentáneo bajón de mi compañero. Introduce el balón oval por nuestro lado, le animo con pasión, le alabo por engrandecer esa soberbia que todos llevamos dentro; de forma indirecta lanzo a los otros compañeros hacía nosotros, lo noto, no podemos perder ni el primer centímetro.
Arden mis músculos parece que todo el oxígeno que soy capaz de guardar en el enorme depósito que preparé en mi época de corredor de maratones, ha entrado en combustión. Abrasarse en un bosque incendiado, sin ninguna posibilidad de escape es la máxima desesperación. En ese instante estoy.
No había salida en la enorme charca piscina para jabalies de la peña Hueva, pero, como una postrera esperanza avancé entre arbustos y en nuestra situación actual en el campo, empujo con mis compañeros. Al brazo derecho parece que se lo despega hacía el espacio enemigo un cohete en inicción le lanza; el hombro izquierdo pudiera ser que la entrada en erupción de un volcán qusiera que los hombros contrarios fueran reducidos a ceniza.
Por fin, noto que las piernas, como los cimientos de un rascacielo, han excavado en las profundidades de una hierba, ya exhausta, como buscando instalarse para la eternidad
Sé que mi compañero, no sé por cuanto, está con nosotros; lo sentimos todos. Descomponemos el bloque del equipo contrario. Por fin, destrozamos su moral, se hunden a la vez que sacamos el balón para nuestro apertura.
Sucesivamente miro al medio mele del equipo contrario y luego busco los ojos de mi compañero, nos sentimos vencedores en esta batalla.
Quizás no era eso; sólo era encontrarnos en nuestras debilidades para hacernos fuertes
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