Vuelvo a escuchar el programa de carnecruda.es, sobre Martín
Scorsese. Me han embarcado en el amor con dos velas que navega por los mares de
las narraciones de vidas en pasiones, engaños, sensualidades de controles idos,
de sexualidad que necesita a alguien con quien explotar tras palabras de ropas
desaparecidas, de violencias extremas, de luchas heredadas, de buscar esos
orígenes que nos expliquen, que nos vuelen.
Qué bello es el cine!, podría estar sin música para que tú mismo viajes a los sonidos que te acompañaron en esas calles de lucha, de días eternos en juegos, de primeros amores, de saltos de cuerda meteóricos para tocar el cielo de ser ya, también, uno de ellos.
Sin embargo, en una de las primeras introducciones "in the still of the Night", necesito su música para que bañe mi mente, en la cala donde reposaré con la velas recogidas, esperando ser insufladas por vientos en los que me viajo. Ya soy "mannish boy" y quiero sentarme en su mesa, donde la pasta y las pistas tienen condimentos de cebollas de la máma de mil capas para arroparme; con los ajos, sembrados en los inviernos que prometen viajar a "Tuxedo Junction" dónde yo quiero estar con aquellos con los me hice lo que ahora soporto ser, en lo bueno y en lo malo. Esperaré las cartas, "Please Mister Postman", no me las abras porque quiero saborear el beso de aquella chica, que nunca llegó. Lo tendría encerrado en la cárcel de mi lengua insaciable por ella, para llamar a la campanilla en los días, donde los diablos te hacen áridos los abrazos con los que sueñas arropar esperas de rebeliones, botaduras a incipientes exploraciones que parecen no empezar por los vientos que llegan directos a la playa y que impiden ceñidas con orzas guardadas y con derivas a las bocas de arena.
Músicas en pechos exuberantes de cuerpos modelados por electricistas, conductores, iluminadores, montadores, productores, tantos y tantos en créditos bombeados por una mente global que sangra las arterias de las pinturas, de los sonidos, de las palabras de mil diseños, de los videos en infinitos filtros para horizontes ó a viajes interestelares ó a la casa que aloja explosiones por suceder en tensiones que un cuchillo trata de diseccionar por la parte de las juntas del control con pasarelas temblando ante los abismos.
Cineclub solitario, sin salsas de interpretaciones infinitas, sosas si no sientes el condimento de lo que escuece en los pasos perdidos; mas ahora aceptados para buscar ser el personaje entrometido en todas sus películas que siente haberse salvado por milímetros de las llantas de coche desenfrenado que lanza sus metralletas para imponer su modelo, o ese que se siente capaz de calmar esos pechos atrapados en trajes que paran estallidos de leches derramadas ante las palabras que la desprendieron de la cordura. Buscar la filmoteca del director que mostró a un Dylan que amplió las barcas a veleros para que con ellos, en los puertos encuentros besos de amor, de cianuro, o salados, o desesperados, o perdidos; buscar a ese mago para que te sientas eterno, en sus películas minutadas.
Trazos reales de cientos de vidas y sin embargo, como explicar la película "Utoya, 22 de Julio", zambullida en los mares de Noruega para llegar a una isla, rodeada de todos los silencios de una sociedad que ha aceptado ser despojada de todas las tierras sobre las que cimentaban sus existencias.
Ante tu pensión, asegurada por un Estado, prefieres al monstruo que armado, masacra vidas extrañas que sin embargo, les han sido señalada como diana, por unas diferencias que no comprende.
Ante tus achaques, recogidos en centros optimizados, más sin cimientos para su mejora, cada bala del que se cree guía a un cielo prometido por especuladores sin patria conocida pero siendo:
Luces excelsas a una Patria, que, por favor, por favor, no les fallen las luces robadas,
Banderas infinitas, que no puede ser, no puede ser, pudieran perder sus costuras en hilos de odio.
Plano secuencia, de seres indefensos, setenta y dos minutos reales para volcarte en el lecho en el que parece perecer la chica guía de unos seres vivos convertidos en zombis por mor de un ser sin cara, con el poder dios de una ideología de la muerte, de una extrema derecha amamantada por ubres que a su poderosa visión, necesita alimentarla de los frutos de la muerte y el sometimiento.
Setenta y dos minutos en una isla de un ser poseido por los trallazos del odio que se han convertido en parte de su piel que necesita supurar disparos para seguir regenerando el veneno de la sinrazón en el que se convirtió su mente transmutada el cañón humanizada de jóvenes de amores por buscar, de sociedades por construir, de sueños por hacer realidad.
No tiene cara, el asesino, quizás es la de todos aquellos, que por omisión, por indiferencia, afinidad, cálculos vitales, ansias de poder se la han ido modelando para que en el silencio entre el traqueo justiciero del desposeído de empatía, aparezca sus macabras armas, en dientes de curaré para una sociedad por renacer.
Y si, esos seres que consiguieron, crucificados en imágenes que se repiten merecen que les hagamos sentir nuestra lucha ante los generales de la muertes y sus ejércitos de cuerpos inyectados en imágenes. Sin olvidar, nunca, a aquellos que alimentan, surten y rentabilizan a esos mercurios con mensajes de muerte
Qué bello es el cine!, podría estar sin música para que tú mismo viajes a los sonidos que te acompañaron en esas calles de lucha, de días eternos en juegos, de primeros amores, de saltos de cuerda meteóricos para tocar el cielo de ser ya, también, uno de ellos.
Sin embargo, en una de las primeras introducciones "in the still of the Night", necesito su música para que bañe mi mente, en la cala donde reposaré con la velas recogidas, esperando ser insufladas por vientos en los que me viajo. Ya soy "mannish boy" y quiero sentarme en su mesa, donde la pasta y las pistas tienen condimentos de cebollas de la máma de mil capas para arroparme; con los ajos, sembrados en los inviernos que prometen viajar a "Tuxedo Junction" dónde yo quiero estar con aquellos con los me hice lo que ahora soporto ser, en lo bueno y en lo malo. Esperaré las cartas, "Please Mister Postman", no me las abras porque quiero saborear el beso de aquella chica, que nunca llegó. Lo tendría encerrado en la cárcel de mi lengua insaciable por ella, para llamar a la campanilla en los días, donde los diablos te hacen áridos los abrazos con los que sueñas arropar esperas de rebeliones, botaduras a incipientes exploraciones que parecen no empezar por los vientos que llegan directos a la playa y que impiden ceñidas con orzas guardadas y con derivas a las bocas de arena.
Músicas en pechos exuberantes de cuerpos modelados por electricistas, conductores, iluminadores, montadores, productores, tantos y tantos en créditos bombeados por una mente global que sangra las arterias de las pinturas, de los sonidos, de las palabras de mil diseños, de los videos en infinitos filtros para horizontes ó a viajes interestelares ó a la casa que aloja explosiones por suceder en tensiones que un cuchillo trata de diseccionar por la parte de las juntas del control con pasarelas temblando ante los abismos.
Cineclub solitario, sin salsas de interpretaciones infinitas, sosas si no sientes el condimento de lo que escuece en los pasos perdidos; mas ahora aceptados para buscar ser el personaje entrometido en todas sus películas que siente haberse salvado por milímetros de las llantas de coche desenfrenado que lanza sus metralletas para imponer su modelo, o ese que se siente capaz de calmar esos pechos atrapados en trajes que paran estallidos de leches derramadas ante las palabras que la desprendieron de la cordura. Buscar la filmoteca del director que mostró a un Dylan que amplió las barcas a veleros para que con ellos, en los puertos encuentros besos de amor, de cianuro, o salados, o desesperados, o perdidos; buscar a ese mago para que te sientas eterno, en sus películas minutadas.
Trazos reales de cientos de vidas y sin embargo, como explicar la película "Utoya, 22 de Julio", zambullida en los mares de Noruega para llegar a una isla, rodeada de todos los silencios de una sociedad que ha aceptado ser despojada de todas las tierras sobre las que cimentaban sus existencias.
Ante tu pensión, asegurada por un Estado, prefieres al monstruo que armado, masacra vidas extrañas que sin embargo, les han sido señalada como diana, por unas diferencias que no comprende.
Ante tus achaques, recogidos en centros optimizados, más sin cimientos para su mejora, cada bala del que se cree guía a un cielo prometido por especuladores sin patria conocida pero siendo:
Luces excelsas a una Patria, que, por favor, por favor, no les fallen las luces robadas,
Banderas infinitas, que no puede ser, no puede ser, pudieran perder sus costuras en hilos de odio.
Plano secuencia, de seres indefensos, setenta y dos minutos reales para volcarte en el lecho en el que parece perecer la chica guía de unos seres vivos convertidos en zombis por mor de un ser sin cara, con el poder dios de una ideología de la muerte, de una extrema derecha amamantada por ubres que a su poderosa visión, necesita alimentarla de los frutos de la muerte y el sometimiento.
Setenta y dos minutos en una isla de un ser poseido por los trallazos del odio que se han convertido en parte de su piel que necesita supurar disparos para seguir regenerando el veneno de la sinrazón en el que se convirtió su mente transmutada el cañón humanizada de jóvenes de amores por buscar, de sociedades por construir, de sueños por hacer realidad.
No tiene cara, el asesino, quizás es la de todos aquellos, que por omisión, por indiferencia, afinidad, cálculos vitales, ansias de poder se la han ido modelando para que en el silencio entre el traqueo justiciero del desposeído de empatía, aparezca sus macabras armas, en dientes de curaré para una sociedad por renacer.
Y si, esos seres que consiguieron, crucificados en imágenes que se repiten merecen que les hagamos sentir nuestra lucha ante los generales de la muertes y sus ejércitos de cuerpos inyectados en imágenes. Sin olvidar, nunca, a aquellos que alimentan, surten y rentabilizan a esos mercurios con mensajes de muerte
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