Metidos en un otoño que te envuelve desde los Centenillos, con la visión de un valle, pasto ahora para ciervos, corzos, jabalies y aquel mufón que me aguantó la mirada ante mi amigable torpe correr que no llegaría a nada. Es un frío día de mitad de Noviembre, las nubes bajas ponen franjas de apasionadas intrigas en laderas que rezuman verdes jadeantes por encuentros entre intrincadas sendas que culminan en pequeños extásis de besos robados a estos instantes irrepetibles.
Imposible huir, si antes no has paladeado esa lengua visual que encuentra su punto g en nogales que dieron sus frutos, aguas que son guardadas para que nos vuelvan a dar sus matices en los frutos que, ya si, tendrán sus fluidos para que esa pasión no se atempere en veranos, de días, a veces, todos iguales, aún cuando músicas, paseos, ojeos, besos sean entonces las ropas que bañan este paisaje tan, hoy, grandioso. Matices intimos esta tarde, matices de encuentros, los que vinieron y vendrán con nuevas vidas, por corretear espacios en alfombras que habrán perdido el tapiz verde sobre el que me siento deslizar mis momentáneas y extrañas ligerezas de hoy. ¡Qué importa si luego salir de este ensueño lleve acarreado la duda si cada velo que se cae sobre la carretera tendrá detrás un actor, animal, que te agarre, ya sin poesía, a un frío día casi serrano!
Caminan los encuentros heridos por las soberbias de antiguos actores que quieren herir el presente, siguiendo, todavía ellos, bebiendo de los manantiales pasados. Se visten con camuflajes de experiencia, de sabíduria pero andan heridos por las entregas a las que se sometieron para seguir manteniendo a los mentirosos altares a los que dieron patinas de olvidos y mentiras.
Terminado el diálogo de conocimientos con Rafael Latorre y su contertulio Jaume Claret, a releer, a anotar, a revisar, me encuentro con los avisos de la jerarquía eclesiástica y de aquel presidente que se vendió al diablo de la corrupción, expoliación, bandidaje poniéndole un traje étereo, caduco de crecimiento económico, cuando en realidad había ahondado en la falla en la que siempre se construye nuestros pasos sin cimientos.
Me quedo con las propias palabras de un general, que hasta el último día en sus memorias, agradecía al dictador Franco, todo lo recibido, pero que sin embargo, de la Iglesia, él profundo católico social, decía que se tenía que analizar a ella misma, porque todo lo que le quitaba a la sociedad produce daños difíciles de superar. Podrá recibir parabienes de familias a las que da una educación, interesada por quitarles estudiantes que no les interesan, por condición social, por otro tipo de problemática; podrá acoger beneficios, en los que sembraron la corrupción de las dádivas a políticos corruptos, pero jamás, repito jamás podrá hablar de libertad de elección de centros de los padres, cuando las condiciones no son iguales, ni las posibilidades están abiertas a todas, alumnas, familias. Son privilegios a los que se han subido, desde que ese dios andaluz tiró de ellos para hacer eterno, una acción conyuntural de falta de escuelas.
Esas mentiras socavan unas doctrinas que venden como verdaderas y únicas. Es el Estado el que tiene que poner las condiciones para que todos ciudadanos reciban una educación pública de calidad, sin la merma de estar siendo saqueado por quienes se dicen arcángeles de una libertad que pone grilletes a los que no tienen posibilidades económicas. Esa es la grandísima falla social, en la que una iglesia Católica, mastodóntica y torticera quiere seguir edificando un escenario tramposo y falto de dignidad en el respeto al ciudadano.
Así, en carne viva, es como interpreto las palabras de este mi interlocutor, con el que poco tengo que ver, pero en el que reconozco el respeto a si mismo y sus pensamientos de justicia social
Y esa tarde, con la tierra que empezaba a atraparme, besaba los días de cartas en el bar del Tio Vicente; domingos de reposo, para empezar semanas sin fin en las labores
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