Cuando miro al olivo, veo los nervios en la frente de mi abuelo que se resaltan por el cansancio extremo y por la prisa de terminar un día sin descanso. Si miro más en profundidad, en ese espejo fricionado por años, veo al abuelo de la niña siria, la cual se despide del árbol que tanto le cuidaron para que fuera recurso de su familia y la cual lo debe perder en un paisaje seco en el que se anclaron raices.
Puedo volver a la visión de él, a ellos, algunos secos, surcados por el tiempo y más que posible por las desatenciones; allí, ella emprendió su viaje sin la madera que la flotará en los mares de los egoismos y de la inhumanidad. Tiene su sonrisa, apena brotada entre las hojas de las nacientes ramas que aún, entre el daño de los zarzales nacidos para arañar las aguas que la sacien, se agrandan para que sus círculos en veranos de encuentros, sus inviernos de expediciones a la adquisición de conocimiento, no la descubran en el dolor por las cicatrices nacidas de ser arrancada de las manos de la abuela que la saciaba con tortas de sabor a amor, con ingrendientes de caricias de las rosquillas de la prima, mana cuidado de los seres que la llaman.
Podaré las ramas que rodean el crecimiento del olivo que perdió su fruto; quizás ella pueda mirar la nube perro que buscaba acariciarla, sin las insustanciales maderas que se alimentan sólo para agotar el tronco olvidado de cuidado y entregado a la rapiña.
En barreños de olivas, a las que bañarán para que la acritud de las tierras agujeradas por egoistas bombas, puedan ir sacando las esencias de los romeros y acebos que las acompañaron en las primaveras polinizadas por vuelos nerviosos y ansiosos de los paneles por aromatizar. Te nacerán mieles de las hieles que engendramos en esta sociedad tallada en miradas a lo nuestro, en las indiferencias por las pantallas que edifican muros sin pulso.
Tus olivos, niña, cuna de las mañanas en las que visito una vega con trazos a la paz, muestran las raices de vidas comunes, en tierras diferentes. Ojalá que las caricias que me visitan cuando en el Pago cuido la memoria de mis tias y tios, te rodeen en abrazos de tu mama, de tu padre, como acuden a aliviarme el cansancio por el cuidado de su pasado.
En sus formas increíbles, los olivos nos confortan, aquí, también sus caricias te pertenecen, por encima de los odios de las alambradas, a las que las tratan de justificar como protectoras y sin embargo, son carceleras.
Tierras secas que nos regalan encuentros por navegar
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