Se fueron, se van, demasiado pronto; cuando nos empezamos a encontrar con un mundo que no conocemos, en unos caminos del que somos una piedra, expuesta al paso de trailers, patadas de desánimo de un caminante errático, recogidas para ser lanzadas a lagos en el que nos ahogamos, a muros contra los que nos quebramos, a árboles que en sus renacimientos les segamos, a cunetas en las que nos perdemos entre brozas, helechos y desechos, al medio de una avenida en la que nos encierran frenéticos coches que cabalgan sin fin, en todos los sentidos, que no paran, que no esperan.
Oigo que cantan la canción de Víctor Jara, "el derecho vivir", para reivindicar una nueva sociedad.
Así se presentan nuestros próximos días, nuestro futuro, sin el bastión sobre el que se asentaban todas nuestras ilusiones, nuestras dudas, nuestros terremotos, ya si finales, apocalípticos, que sin embargo, se diluían en sus brazos, en sus palabras, en que ella estaba allí, con su andamiajes de experiencias, comprensiones y dejando los caminos libres para que los zarzales, las malezas aún no te atraparán.
Sientes aún la envoltura de aquel ciclópeo cuerpo, pues no comprendes como podías encontrar tanta paz entre sus miradas y sus hacenderas que igual te deleitaba con una comida con su amor de condimento, con unas palabras con la música de su voz, con un viaje con su sombrero explorador de mensajes encriptados que se revelaban, con unas piernas que siempre llegaban a tiempo para recogerte en tu caída
Y si, lanzas al aire, a ese que, por momentos, te falta, a ese que, por instantes, te oprime; a ese que sientes que te aplasta, a ese les lanzas la queja, la imprecación, el grito que el pudor, ¿para que ahora? no te dejar salir para bramar: ¿por qué ella?, si mi madre, mi mama que siempre será así, mi mama cuando la recuerdes, cuando te sientas débil, sola, abandonada.
¿Por qué se ha ido? si ella también tenía derecho a vivir, a verme con las amigas que me abrazan, me sujetan la mano, me besan en mi desánimo de ahora y mis emociones de siempre.
Verme, te repites, entre un mundo que no para, entre unos profesores que nos descifran números, letras, sociedades, cuerpos para seguir siendo yo, un ser al que alumbraste para sembrar tu amor, el cual lo guardo en un cofre, con el que caminaré entre sombras de caminos por tomar, luces con las que podré deslumbrarme y también guiarme, montañas que se me harán pesadas, sin sendas, sin descansos, pero siempre estarás tu, guardada, para en las cumbres, comprender que otras Itacas, se me abren en días pesados sin tus brazos que me aligeran, mañanas heladas sin tus manos que me frotan, noches eternas, sin la luz de tus ojos, que me apaciguan, amaneceres que se caen, sin tus guisos que me fortalecen; pero están ahí, con esos nuevos objetivos para los que me preparaste con puertas por abrir, para los que me empujaste con el arrojo de herramientas de conocimiento por emplear.
Por aún leer los cuentos de Helen Oyeyemi, "lo que no es tuyo, no es tuyo", indago en su sentido primero para susurrarte el no encerrarte en obligaciones, que debes compartir, en silencios que te desgarren con las realidades.
Tuyo, para mí, será siempre el regalo de tu conocimiento y el deseo de que camines despacio para ver lo que ahora duele, pero será bálsamo por haberlo sentido; hablar lo que ahora es inexplicable, para saber que aún siendo, incomprensible su ausencia, la escuchaste, ante la atronadora tristeza.
Su ausencia, inexorable en lo físico, te llama para que ejerzas "el derecho a vivir.
Y un día, ante una azada arrinconada, en la hamaca vertida hacia un paisaje que me absorbe, con un pulso ya debilitado, que busca reposar el cuerpo, uno de esos látidos será dado por el placer de haberte acompañado en instantes de nacimientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario