El hilo de la historia viene en un coche, en el va montado José Martí Gómez. ¿Qué tengo que ver yo en esto, si ahora apenas conduzco más que lo imprescindible y al periodismo, amándolo, no cumplo una de las máximas de José, hay que estar en el lugar donde ocurren los hechos y si hace falta se debe compartir un whiski con nuestro interlocutor.
En ese coche vienen seres humanos, con sus sueños, creencias y dependencias van a ayudar en unos campamentos de verano. No pudieron hacer el viaje con todo el grupo en el bus; entonces, nuestros protagonistas son nombrados como autistas, porque vienen conduciendo su propio auto. Las risas, ante los primeros sudores de los monitores españoles que no estaban preparados para estos alumnos con unas necesidades de atención especiales, son grandes. El alivio aún mayor, el futuro de unos días con jóvenes de otro país, prometedor.
Están luego, ellos, ellas, viviendo en un mundo propio, apoyados por familias maravillosas como todas, pero con una percepción de la debilidad humana que les agranda aunque les desgasta, les hace luchadores aunque les quitan las armas; les une, aunque la ausencia de soporte les tienden a aislar para vencerles desválidos. Los veo, les quiero en una sociedad integradora. Nos quiero naciendo para sernos imprescindibles en nuestras diferencias. Con ellas, mi esfuerzo, mi visualización, mis encuentros.
José, entonces baja su ventanilla y dirigiendo su voz imán nombra a otros autistas, aquellos que tuvieron poder y se aislaron del mundo, creyeron que la sociedad se había amoldado a sus predicamentos, a sus verdades, pecaron de creerse dioses inmaculados y se quedaron en chamanes de vestidos rancios. Proclaman el advenimiento de hecatombes, de roturas de la convivencia, cuando son ellos quienes han creado una fractura en la cual se sienten cómodos con sus sayas ridículas. Ni son escuchados por los suyos, ni son escuchadas por sus espejos, cansadas de tanta perorata sin base social y por tanto se autodestrozan ellos mismos, y aún así siguen sin comprender su reducción más que a floreros útiles, únicamente para tirárselo a la cabeza de sus propios compañeros, por parte de manos con digestiones ajenas.¡Cuánto daño hacen los autistas que nombra José Martí Gómez! y a él, con su mirada perspicaz, su humanidad descomunal como no nombrarle con todas sus letras, si con su integridad nos respeta en mi camino a la búsqueda de un mundo más humano.
Y vuelvo a los autistas, a los que Gonzo, nombra como emigrantes dentro de un país porque una comunidad les puso en valor cuidarlos, por encima de otras prioridades más mundanas que otras comunidades tenían hacia nuestra ciudadanas.
Entre anédoctas, salvando las piedras de las imposturas de piedras graníticas desechas en la aguas de sus actos, necesitamos una sociedad inclusiva para los seres que nos recuerdan en nuestros caminar con las diferencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario