Llego tarde al cruce, pero una furgoneta, oh!!!, ¡cuánto soñé
con ellas en alguna época!, me espera y me señala, mi coche, mi lateral, no
vaya a bromear con otra parte y alguno se lo tome a mal, otra vez, y me lo
señala. Joder, tantas ganas tenía de recoger el ticket que no sólo no he
cerrado la tapa, sino tampoco el tapón, horror. Menos mal que sólo han sido 300
metros, si no, ¿cuánta gasoil (maldito, ya me gustaría tener uno eléctrico)
podría haber salido por eso desprotegido agujero?
De hecho, he vuelto a hacer el trayecto y efectivamente, se habían salido algunas gotas de cordura, en el suelo, mezclado con cierta basura, con algunas hojas que anuncian un agotamiento de un tiempo que dará paso a otro nuevo, había un discurso de un ex presidente de España; por respeto, diremos que no fue un accidente su llegada al poder con el apoyo de una sociedad ¿informada?; pero sus mentiras, sus malvados artificios para hacer crecer un globo que siempre estaría preparado para explotar con sus venenos de odios por expandir ante su destrucción, habían logrado destruir una red que estaba construyéndose con mucho esfuerzo y con muchas zonas débiles por proteger. Intentaba tapar con el serrín del raciocinio su apestoso y volátil olor a prepotencia y sabiduría de un hombre, decía Eduardo Haro Teglen, mediocre y por tanto, peligroso, que habla del otro, del que piensa diferente como su enemigo, como contrario a España, en una petulancia que le hace banal y clasista, porque lo único que aportó fue un crecimiento sin cimientos. ¡Qué gracia que luego sus adoradores pidieran a gobiernos sucesivos, responsabilidad en el gasto quien había edificado en cenagales!. Existe mayor deslealtad de un presidente hacia sus gobernados, pero sobre todo hacía sus votantes, que mentirles, con impudicia, con menosprecio hacia ellos sobre temas tan dolorosos como pudieran ser los atentados de Atocha y las armas, no existentes, que le llevaron a apoyar una guerra que destruyó tantísimas vidas humanas.
He recogido, esas desparramadas gotas, con pena, con tristeza, con prisa, con responsabilidad para que su inflamabilidad no dañase a quienes siempre están prontos a convertirse en cerillas insensatas.
Todo esto me había producido zozobra, mas creía que mi diligencia ante mi negligencia me habría puesto sobre la pista de eliminar cualquier vestigio de peligrosidad, porque un poco más adelante y percibido un nauseabundo olor, difícil más desagradable que el anterior, pero lo superaba: mandamases de una iglesia levantisca, no ante la injusticia de la pobreza, de la desigualdad, de las mentiras de los poderosos en su aportación a un mundo más justo sino ante la pérdida de un control de los resortes sociales, emanado de su apoyo a una dictadura que fue de todo menos humana; esos mismos, sin atisbo de vergüenza proclaman que la libertad de elección de centros tiene que ser un mantra a cumplir por encima, de un enseñanza que dé oportunidades a todos en las máximas condiciones. Olía, olía intensamente a desvergüenza sus afirmaciones sobre la libertad quien escoge a sus alumnas en función de sus capacidades ya sean económicas, sociales o intelectuales que les den beneficios.
En sus bocas, los pútridos efectos de sus afirmaciones sobre una libertad de elección que sólo pueden cumplir quien está en una posición de ventaja con respecto a quienes se sienten, y no en negativo, anclados a la cercanía, a la inclusividad de las diferentes situaciones personales del alumnado, era la palabra hueca, abanderada de futuro pero que conllevaba la esclavización de los que no tenían acceso a una educación pública de calidad.
Me he aplicado a su limpieza, a la eliminación de esos goterones de desfachatez que son expelidos por agujeros en bocas que de humanidades tienen lo que esos depósitos llenados y regados eternamente por los privilegiados que sueñan mantener esas diferencias que les hagan aparecer en sus púlpitos, en sus poltronas como los equilibradores de una sociedad a la que siempre están sometiendo bajo sus botas de bajezas y clasismos.
¡Cuánto líquido inflamable son capaces de arrojar sobre la convivencia los que se creen dueños de ella, cuando sienten llegado el momento que un pueblo sea capaz de despertar de sus mentiras y manipulaciones!
De hecho, he vuelto a hacer el trayecto y efectivamente, se habían salido algunas gotas de cordura, en el suelo, mezclado con cierta basura, con algunas hojas que anuncian un agotamiento de un tiempo que dará paso a otro nuevo, había un discurso de un ex presidente de España; por respeto, diremos que no fue un accidente su llegada al poder con el apoyo de una sociedad ¿informada?; pero sus mentiras, sus malvados artificios para hacer crecer un globo que siempre estaría preparado para explotar con sus venenos de odios por expandir ante su destrucción, habían logrado destruir una red que estaba construyéndose con mucho esfuerzo y con muchas zonas débiles por proteger. Intentaba tapar con el serrín del raciocinio su apestoso y volátil olor a prepotencia y sabiduría de un hombre, decía Eduardo Haro Teglen, mediocre y por tanto, peligroso, que habla del otro, del que piensa diferente como su enemigo, como contrario a España, en una petulancia que le hace banal y clasista, porque lo único que aportó fue un crecimiento sin cimientos. ¡Qué gracia que luego sus adoradores pidieran a gobiernos sucesivos, responsabilidad en el gasto quien había edificado en cenagales!. Existe mayor deslealtad de un presidente hacia sus gobernados, pero sobre todo hacía sus votantes, que mentirles, con impudicia, con menosprecio hacia ellos sobre temas tan dolorosos como pudieran ser los atentados de Atocha y las armas, no existentes, que le llevaron a apoyar una guerra que destruyó tantísimas vidas humanas.
He recogido, esas desparramadas gotas, con pena, con tristeza, con prisa, con responsabilidad para que su inflamabilidad no dañase a quienes siempre están prontos a convertirse en cerillas insensatas.
Todo esto me había producido zozobra, mas creía que mi diligencia ante mi negligencia me habría puesto sobre la pista de eliminar cualquier vestigio de peligrosidad, porque un poco más adelante y percibido un nauseabundo olor, difícil más desagradable que el anterior, pero lo superaba: mandamases de una iglesia levantisca, no ante la injusticia de la pobreza, de la desigualdad, de las mentiras de los poderosos en su aportación a un mundo más justo sino ante la pérdida de un control de los resortes sociales, emanado de su apoyo a una dictadura que fue de todo menos humana; esos mismos, sin atisbo de vergüenza proclaman que la libertad de elección de centros tiene que ser un mantra a cumplir por encima, de un enseñanza que dé oportunidades a todos en las máximas condiciones. Olía, olía intensamente a desvergüenza sus afirmaciones sobre la libertad quien escoge a sus alumnas en función de sus capacidades ya sean económicas, sociales o intelectuales que les den beneficios.
En sus bocas, los pútridos efectos de sus afirmaciones sobre una libertad de elección que sólo pueden cumplir quien está en una posición de ventaja con respecto a quienes se sienten, y no en negativo, anclados a la cercanía, a la inclusividad de las diferentes situaciones personales del alumnado, era la palabra hueca, abanderada de futuro pero que conllevaba la esclavización de los que no tenían acceso a una educación pública de calidad.
Me he aplicado a su limpieza, a la eliminación de esos goterones de desfachatez que son expelidos por agujeros en bocas que de humanidades tienen lo que esos depósitos llenados y regados eternamente por los privilegiados que sueñan mantener esas diferencias que les hagan aparecer en sus púlpitos, en sus poltronas como los equilibradores de una sociedad a la que siempre están sometiendo bajo sus botas de bajezas y clasismos.
¡Cuánto líquido inflamable son capaces de arrojar sobre la convivencia los que se creen dueños de ella, cuando sienten llegado el momento que un pueblo sea capaz de despertar de sus mentiras y manipulaciones!
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