lunes, diciembre 30, 2019

Vaya bronca, ¡qué me voy!

No he podido terminar el café y ya salgo pitando, por no oírte. La mesa se ha levantado antes de tiempo y ha dejado mi taza a la altura del extractor. Claro, yo, otro día le podía haber seguido el juego, pero es que mi silla, se ha desplazado al fregadero, junto a la ventana, por donde, cuando friego, puedo ver la niña jugar; hoy, sentado, ni tan siquiera podía fregar el tenedor, con el que arranque ayer el exprimidor. ¿Qué hace? me pregunta, mirando la copa del árbol que plantamos cuando el terreno, aún no era nuestro.

Divagaba, la primera opción podía ser que llamará al asiento del coche que estaba en el garage cargándose, sabía de las reticencias que tienen los enchufes para dejar salir cualquiera de las piezas del auto cuando él está en plena faena. Tiene un sentido de la propiedad muy elevado; como diciéndose, si yo me entrego en la totalidad cuando nos ensamblamos porque ese vehículo va a estar pesando en acudir a otro. En fín, le podría comprender, me pasaba en el pasado y por eso, quizás no consume una plena relación. Bueno, si no era esa pieza, llamaría al palco donde ayer había estado escuchando a Bob, si ese que todos sabéis. quizás me podría prestar el sofá donde ella, si ella, y yo había revivido la intensidad de las letras, saliéndonos por un día de nuestro "desolation row". Además si acudía, esa cómoda poltrona podría elevarme a la altura de la ventana y con mi niña, ir a ver jugar al mago Luka.

Pensado, pensado...., y no realizado, porque en el tercer pensamiento, cuando se iba a cumplir mi deseo. Ella, si, esa chica que me vuelve loco desde que nació, estaba volando, entre las crestas de su árbol y la de los otros, mis antepasados que en las tormentas se agitaban para recordarme que les recordará. Yo, que vivo, intentado a cortos pasitos, acercarme a su pertenencia a la naturaleza. En ellos había un tipo de supervivencia, ahora creo que, en otro tipo de necesidad, mis pasos deben contribuir a cuidar el pequeño espacio que me corresponde.

Así que, en ese momento me veo, persiguiendo con la mirada cada una de las paradas de la pequeña. Ahora, con la ardilla, que le regala un piñón, será por lo de estar a partirlo entre los dos. Ahora con el concienzudo tordo, perseguidor de las viñas de mis vecinas, pero claro como la niña le da carrete, pues hete que la monta por encima de la copa del árbol más alto.

¡Que no puede contigo!, ¡!Que no puede contigo!, yo, gritando desaforado por encima del ruido del agua. Estos sistemas modernos, se creen que porque me acerque, voy a querer agua. ¿Y si la cartera ha llamado dos veces?

Por un momento, me pareció que la niña llevaba al tercer personaje, pues desde mi ventanal, asi me lo parecían, un lince. Pero, ¡eh!, ¡eh!, en un momento de pánico salieron de mi radio de visión. Pánico, es poco, ¡no pueden haber sobrevivido!, para al segundo siguiente, aparecer ellos, en la ventana, el lince y mi adorable niña, juguetones, risueños, amorosos, cogidos de la mano. Sentí que pronto, empezaría a desaparecer de mi vida, la silla parecía que se hundía aún más. Pero ellos, ya habían entrado en la cocina, habían lavado toda la vajilla que 20 personas habían manchado en aquella extraña reunión. Y se habían ido, lamentando que siempre, siempre, cuando llegaba ese momento, me inventaba cualquier excusa para no fregar. Allí, en la puerta, erguido, orgulloso del cocido preparado, miraba el patinete cósmico en el que ahora viajaban. ¿Cuánto tiempo tardarían en llegar a la civilación tantálica?

Al fondo, perdidos ya de vista, observé que tenía que pasar la desbrozadora

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