Por
Ella, que viajó a encuentros, para saberse en un mundo global
Por
Él, que anduvo sin las raíces para encuentros y corrió a diálogos
Por
Él, que buscó sofá, para edificar su universo en el que negociar
Por
Ella, que huyó sangrando y rezumando vida sobre el odio inyectado
Por todas ellas, y las personas políticas que acudieron a un encuentro para
comprender a las personas a las que rodeamos y nos rodean. Y sobre todo, para
encontrar políticas activas de apoyo a la ruptura de esas líneas trazadas en
comunidades de un mismo origen y que en esos lechos de encuentros vayamos
conformando una sociedad sin dependencias de los que marcan diálogos, siempre
negativos.
Ha sido leer esto último mi mujer, con una taza de café, por supuesto de
Colombia, bravo, aromático, profundo, vamos que no es para mí, y me ha caído un
chorreo que no sé ni como atino a escribir, porque claro ella, en su punto de
vista, me ha recordado, las noches en el que estamos consumiéndonos en nuestra
pasión, que, esos sí, no se nos ha agotado pese a los años y el niño, si el
niño, insomne nos llama, educado, porque educado lo es un rato, con unos
golpecitos en la puerta, que yo, por seguir, me los justifico diciendo, hasta
en el cerebro, las neuronas cabalgan acompasadas por esas praderas de pasos
intensos sobre las hierbas que nos atusan los culos; mi mujer, clara y
conociendo mis desbarres mentales, me saca de mi ensoñación; burra, que para
esto de cuidar la imagen ante el niño es muy burra: bájate mamón, no te quedes
ahí elevado, con la mano elevada, con la otra como si tuvieras un arma para
jugar a la guerra y encima, sarcástica, con la bandera ondeando por todo lo
alto, que, para mí, esto me lo dice, para rejoderme.
Ella la composición teatral la hace perfecta, porque ya con el niño
acercándose a nuestros cuerpos sudorosos, sigue contando como si yo, a las 2 de
la mañana, no tuviera otra cosa que hacer, que el nazi, que encima me lo llama;
porque yo, y porque no reconocerlo, cuando estoy follando, estoy follando y
cuento las veces que me ha entrado este niño, para mi como si hubieran sido
cuatro mil veces, y lo digo en alto: cuatro mil veces que me cargado el fúsil y
he disparado a lo loco. Claro mi mujer apurada, cambia de tema y me dice nazi.
Y yo, que no lo veo, pero claro, todo por el niño. Así que una noche más que el
niño se nos cuela en la cama y yo a la ducha, que madre mía, la vecina de
abajo, debe pegarse unos sobresaltos.
Otros días, el señorito, yo creo que con doce años, ya sabe más de lo que
nosotros creemos, se nos mete en la cama, con la excusa de que le dan miedo,
todo lo que algunos desaprensivos dicen que tiene que dar miedo; el migrante,
el comunista, el okupa. Yo, en un primer momento me voy a rebelar, pero a mi
mujer, que le tiene calado, y que sabe que cuando se duerme con nosotros,
duerme, casi por meses y no le despierta ni una victoria de Messi, que vaya
fastidio, yo, madridista acérrimo y él, messianico perdido. Y le cuenta, con
tranquilidad todas las veces que hemos ido a comer a un kebab, donde los
falafell y las comidas vegetarianas tanto nos gustan y la música, le encanta,
en esas horas de siesta que tanto hemos vivido. Luego, le recuerda el colegio
público donde fue siempre y lo interesante que fue todo lo que le plantean y
como él, un día vio una cañería por donde se escapan los recursos materiales
que a él le hubieran ayudado a formarse como más medios. Y le digo, no te
asustes por las palabras mentirosas que utilizan esos apologetas; mira dicen
dar a la educación pública recursos, para realizar su trabajo con calidad
e igualdad, a eso le llaman comunismo; pero cuando te toman tus recursos, a los
que añaden aquella cañería externa por la que llegaban otros recursos, a veces
corruptos, a eso le llaman, libertad de elección. A estas alturas, la turra de
mi mujer le ha ido reconfortando al niño, ¡joder niño con doce años! e
inconscientemente se va cayendo hacia la alfombra sobre la que tanto y tanto le
ha gustado dormir al cabo de los años. Y entonces, yo, despistado, escuchando
carne cruda, que tanto me gusta y me enseña y me argumenta, de reojo miro a mi
mujer; tengo que volver a mirarla, por dos o tres veces, y si, tiene esa
sonrisa malévola, esa sonrisa de invitación, que en un primer momento tanto me
asusta, pero ante el cual reparo, me digo: algo tengo que estar haciendo
medianamente bien, para que está chica, me coja la cabeza con tanta ternura
como con ganas de dirigirla
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