¡Es blanco!, ¡es blanco!, hay empezó la distopia en la que me hallo
envuelto. Pascal Comelade, puso, en aquel tiempo, música a los sonidos que yo
no podía entender cuando eran lanzados por gente que celebraba que el chocolate
fuera, por fin, blanco; ya no tendrían excusa para embadurnar a aquel señor de
aquella crema pegajosa, indeseable, con la que debían impregnar a un vecino del
pueblo. Ahora, si la tableta era de una blancura celestial, no habría rey mago
de otro color mas que del blanco. Yo mientras, al músico, que no se dio
importancia lo había guardado en mi memoria, ya que mis premuras sólo le
permitió invadir mi espacio por un pequeño tiempo, ¿penetrarme?, no lo hizo,
¡válgame los planetas!, pero siempre intuí que era parte de lo que yo quería
componer ante acciones de mis pasos a la danza como guia de mis caídas.
Aquellos del chocolate, fueron pringándose de más y más desquiciamientos,
cayendo en mis contradicciones señalaban a los niños ¿"malos"? para, a continuación impunes, afirmar que ellos, en hipótesis, eran el futuro de la continuidad humana. Se agarraban a ser
populares con su religiosidad ante las masas, plebes que les observaban, para
ser destructores a cañonazos de muchas de sus máximas. Abyectos merodeadores,
que habían comprendido que disfrazados en sus sayas encontrarían la protección
a sus miserias; que transformaban el amor al prójimo, en el acercamiento carnal al
que sometían a sus desprevenidas víctimas, a las que después imputaban las
bajezas de sus propios actos.
Cómo en "el cuento de la criada", sentían que su tiempo les había
llegado, ahora, y que no podían dejarlo pasar, eran marionetas convertidas en
reyes de bastos que acudían ante cualquiera requerimiento para arrasar con la
inconsciencia de sus músculos anarbolizados.
Sentían que, en la vaciedad de sus cerebros, no había un abismo con la
realidad, porque los grandes mercaderes, como hace 80 años, recuperado el
control de la sociedad, o a martillazos, o a vejaciones, o a bendiciones, les
harían creer que en ellos existía un equilibrio, que en un malabarista que
atraviesa el gran cañón por encima de un mínimo cable, le produciría perplejidad y desazón por verles a ellos
andar sin vara equilibradora, con un desparpajo criminal, sobre el hilo que rompe la sociedad.
Vivían alabados por periódicos, descritos en "El director" como
serviles propagadores de las grandes falacias, impunes por una libertad de
prensa que ellos destripaban al cambiar sus datos a órganos ajenos a esas
funciones. Cuando alguien entrega la confianza de elaborar sus respuestas
morales a diabólicas maquinarias de colocar letras floridas, grandilocuentes,
maximalistas en un orden que destruye los cimientos sobre los que deben
sustentarse las relaciones sociales, debe empezar a conocer que su parte de
responsabilidad, aún en su pulcritud, agranda los fallos en las conexiones que
deben conjuntar una sociedad.
Los tiempos del cansancio a la exposición llegan a quienes extrajeron de sí
las armonías que describen un barco navegando en empopada ayudado por el
esfuerzo común; pero los mares ser convirtieron en pantanos para que "los
roles" de viento desventarán la llegada a otros puertos diferentes a los
que hasta entonces habían producido egoísmos, desigualdades y podredumbres. En
estos cambios, participaban los que seguían añorando sus privilegios, por
encima de la comprensión del daño producido y de los cismas por llegar, vivían demasiado bien gobernando la miseria de los otros.
Demasiados marineros se bajaban ante aquellos ventarrones sin orden, el
miedo les arrojaba a islas donde habían cíclopes a los que no se sabían
enfrentar y eran engullidos; la desidía les llevaba hasta acantilados que les llamaban con sus
sonidos de sirenas acostadas en afiladas piedras, donde se insertaban para ser manecillas guiadas; el colocarse de medio lado,
con estos caóticos vientos, les proporcionaban momentos donde sus vidas
quedaban desventadas, incapaces de llevar el timón a un lado u otro, por los
rotos de las velas, por la pérdida de fuerzas que les hacían hipnotizados seguidores.
Nada, nada quedaba al escrutinio de aquellos bellacos, transformados
por programas piratas, en señorones de opiniones estúpidas, transmutadas ahora
en concienzudas patadas a la razón, pero, eso sí, vestidas, vestidas, de
gloria, si es el caso hasta bendita.
Tiempos para alimentarse ahora de lo pueril, de lo inmediato, como si
en el fondo el ser humano se hubiera hecho consciente de su propia destrucción y vencido, saciarse
al día, fuera su único y último horizonte.
Ayer, en un espacio pequeño, con movimientos pequeños, en mínimas olas
de calor, con un cuerpo apenas móvil, el creador transformó las sombras en
ritmos para ser diferente, siendo más humano. En sus melodías arropó la mente
para que no se ciñera a la pesadez de saberse controlado, sino que imprimiera
dibujos dónde lo imposible es agarrado por sueños bajados a los encuentros para
transformar esos mundos podridos de intereses. Pascal Comelade, gracias, cuando
te encuentro en los sonidos, gracias cuando te encuentro en las realidades que
quisiste transformar con la belleza de tus exploraciones. Si al día, le quieren
atrapar con sus arpones. Tú, al amanecer le das vuelo con tus viajes por
los océanos de todos los vientos con los que consigues navegar
Aquel intrigante viajero de los sonidos que me acercó a tus creaciones, me embarcó en un catamarán, en el que como en aquel breve viaje por el cabo de Rosas, siento el vértigo de no saber gobernar mi propio barco, cuando los vientos crecen; pero estos me dicen, conócenos, no te empequeñezcas y esos sonidos te harán arribar a unos de tus Itacas, el embellecido por Lluis Llach
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