sábado, diciembre 28, 2019

Pascal en la plaza

 ¡Es blanco!, ¡es blanco!, hay empezó la distopia en la que me hallo envuelto. Pascal Comelade, puso, en aquel tiempo, música a los sonidos que yo no podía entender cuando eran lanzados por gente que celebraba que el chocolate fuera, por fin, blanco; ya no tendrían excusa para embadurnar a aquel señor de aquella crema pegajosa, indeseable, con la que debían impregnar a un vecino del pueblo. Ahora, si la tableta era de una blancura celestial, no habría rey mago de otro color mas que del blanco. Yo mientras, al músico, que no se dio importancia lo había guardado en mi memoria, ya que mis premuras sólo le permitió invadir mi espacio por un pequeño tiempo, ¿penetrarme?, no lo hizo, ¡válgame los planetas!, pero siempre intuí que era parte de lo que yo quería componer ante acciones de mis pasos a la danza como guia de mis caídas.
Aquellos del chocolate, fueron pringándose de más y más desquiciamientos, cayendo en mis contradicciones señalaban a los niños ¿"malos"? para, a continuación impunes, afirmar que ellos, en hipótesis, eran el futuro de la continuidad humana. Se agarraban a ser populares con su religiosidad ante las masas, plebes que les observaban, para ser destructores a cañonazos de muchas de sus máximas. Abyectos merodeadores, que habían comprendido que disfrazados en sus sayas encontrarían la protección a sus miserias; que transformaban el amor al prójimo, en el acercamiento carnal al que sometían a sus desprevenidas víctimas, a las que después imputaban las bajezas de sus propios actos.
Cómo en "el cuento de la criada", sentían que su tiempo les había llegado, ahora, y que no podían dejarlo pasar, eran marionetas convertidas en reyes de bastos que acudían ante cualquiera requerimiento para arrasar con la inconsciencia de sus músculos anarbolizados.
Sentían que, en la vaciedad de sus cerebros, no había un abismo con la realidad, porque los grandes mercaderes, como hace 80 años, recuperado el control de la sociedad, o a martillazos, o a vejaciones, o a bendiciones, les harían creer que en ellos existía un equilibrio, que en un malabarista que atraviesa el gran cañón por encima de un mínimo cable, le produciría perplejidad y desazón por verles a ellos andar sin vara equilibradora, con un desparpajo criminal, sobre el hilo que rompe la sociedad.
Vivían alabados por periódicos, descritos en "El director" como serviles propagadores de las grandes falacias, impunes por una libertad de prensa que ellos destripaban al cambiar sus datos a órganos ajenos a esas funciones. Cuando alguien entrega la confianza de elaborar sus respuestas morales a diabólicas maquinarias de colocar letras floridas, grandilocuentes, maximalistas en un orden que destruye los cimientos sobre los que deben sustentarse las relaciones sociales, debe empezar a conocer que su parte de responsabilidad, aún en su pulcritud, agranda los fallos en las conexiones que deben conjuntar una sociedad.
Los tiempos del cansancio a la exposición llegan a quienes extrajeron de sí las armonías que describen un barco navegando en empopada ayudado por el esfuerzo común; pero los mares ser convirtieron en pantanos para que "los roles" de viento desventarán la llegada a otros puertos diferentes a los que hasta entonces habían producido egoísmos, desigualdades y podredumbres. En estos cambios, participaban los que seguían añorando sus privilegios, por encima de la comprensión del daño producido y de los cismas por llegar, vivían demasiado bien gobernando la miseria de los otros.

Demasiados marineros se bajaban ante aquellos ventarrones sin orden, el miedo les arrojaba a islas donde habían cíclopes a los que no se sabían enfrentar y eran engullidos; la desidía les llevaba hasta acantilados que les llamaban con sus sonidos de sirenas acostadas en afiladas piedras, donde se insertaban para ser manecillas guiadas; el colocarse de medio lado, con estos caóticos vientos, les proporcionaban momentos donde sus vidas quedaban desventadas, incapaces de llevar el timón a un lado u otro, por los rotos de las velas, por la pérdida de fuerzas que les hacían hipnotizados seguidores.
 Nada, nada quedaba al escrutinio de aquellos bellacos, transformados por programas piratas, en señorones de opiniones estúpidas, transmutadas ahora en concienzudas patadas a la razón, pero, eso sí, vestidas, vestidas, de gloria, si es el caso hasta bendita.
 Tiempos para alimentarse ahora de lo pueril, de lo inmediato, como si en el fondo el ser humano se hubiera hecho consciente de su propia destrucción y vencido, saciarse al día, fuera su único y último horizonte.
 Ayer, en un espacio pequeño, con movimientos pequeños, en mínimas olas de calor, con un cuerpo apenas móvil, el creador transformó las sombras en ritmos para ser diferente, siendo más humano. En sus melodías arropó la mente para que no se ciñera a la pesadez de saberse controlado, sino que imprimiera dibujos dónde lo imposible es agarrado por sueños bajados a los encuentros para transformar esos mundos podridos de intereses. Pascal Comelade, gracias, cuando te encuentro en los sonidos, gracias cuando te encuentro en las realidades que quisiste transformar con la belleza de tus exploraciones. Si al día, le quieren atrapar con sus arpones. Tú, al amanecer le das vuelo con  tus viajes por los océanos de todos los vientos con los que consigues navegar

Aquel intrigante viajero de los sonidos que me acercó a tus creaciones, me embarcó en un catamarán, en el que como en aquel breve viaje por el cabo de Rosas, siento el vértigo de no saber gobernar mi propio barco, cuando los vientos crecen; pero estos me dicen, conócenos, no te empequeñezcas y esos sonidos te harán arribar a unos de tus Itacas, el embellecido por Lluis Llach

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