Ayer, corriendo a una velocidad desconocida para mí y mis antiguos conocidos, me sali de la senda, creía que me caería y podría torcerme el famoso tobillo, pero no, seguí corriendo por entre los pinos que se habían secado, hasta tal punto iba deambulando entre ellos que me metí en su savia; fue interesante porque desde ahí emprendí una serie de reuniones con los equipos que habían luchado por salvar, primero las hojas, luego las ramas, y por último el equipo de emergencia vitales dió su informe final, entre algunas lágrimas que no podían contenerse ante su impotencia por no haber podido hacer nada.
Es cruel verte en un bosque tan bello, como es el arbolado que está al inicio del alto Tajo, por Huetos, y sin embargo, poco a poco, te vas viendo que ese veneno se va introduciendo por cada una de tus venas y esas partes, primero se van adormeciendo y un día te das cuenta que ya no la sientes, que no es parte de tí, y es la naturaleza te viene a la memoria. ¿Qué hacer?, mejor hubiera sido eliminar esas partes, ya secas, con el tiempo había comprendido que eso era lo que me ayudaba a perdurar, pero en un primer momento me había revelado contra perder esas maravillosas ramas que tanto había conformado mi propia personalidad.
En una de aquellas ramas, muy baja, casi tocando el suelo, un día había llegado ella, por un camino muy sinuoso; venía con las mejillas arreboladas, jadeante su pecho firme, bello, mirando a un lado y otro, inquieta; pero cuando llegó aquel hombre, la rama sintió el peso de los dos en su pasión, en su entrega, en su necesidad de poseerse, de besarse, de confrontar los besos que el día a día, con sus normas, sus convenciones, sus mentiras, les impedían acercarse, a no ser para comentar algun tema sobre el tiempo y las tierras por cuidar. Aquella rama, cuna de pasión, que ahora debía perder, quizás como aquel momento que se repitió un breve espacio de tiempo, debía dar paso a, con sus hojas, mecer, el escaso pelo de algún corredor, o a hacer agacharse algún jinete moderno, de bicis dóciles ó motos ruidosas para romper el silencio que también daba equilibrio a aquel espacio.
La pregunta podría ser como hemos renunciado a cuidar esos árboles, lanzándoles venenos que destrozan los nervios de esos faros de vida o a esta primera pregunta, podríamos añadirla, porque no les quitamos esas ramas, y las apartamos para evitar posibles fuegos y damos paso a otras nuevas, con nuevas potencias y con tablas para recibir algún otro apasionado mensaje de amor.
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