viernes, diciembre 27, 2019

El señor Pino

Ando por el bosque, sería una exageración decir que corro y no quiero decir nada de ser un runner, mi podómetro son mis gemelos, mi altímetro, la pequeña elevación de las rodillas sobre el suelo, mis latidos, la emoción de sentir la naturaleza y mi cronómetro, el tiempo vivido que me acompaña para sentir cada uno de los instantes que puedo mecerme, aún en pesadez, por los lugares que nacen cada día.
 Veo los árboles, necesitados de cuidados, acariciando cada una de las postales vivas que se salen del papel para abanicar los aires contaminados que no sabemos expulsar de nuestra agitada vida. Aquí, por ahora, por instantes logran ahuyentarlos.

Es hoy, no más allá de un 27 de Diciembre, que llaman, por un lado el señor Pino, esbelto, pero quizás atrapado en ramas bajas que le anclan a fuegos que le puedan tomar la mano, o es la señora Encina, robusta, deseable, magnífica, señorial que se teme haber envejecido, para ser olvidada, cuando su imagen y su presencia nos llena tanto nuestras miradas concupiscentes como nuestro tacto que la sueña abrazar. El señor Roble, se vanagloria de su nombre y a todo el que le mira, le desafía, le enseña ramas, hojas y gotas de amor en forma de bellota que quieren ir fecundando hasta dar al mono su antiguo atravesar entre silbantes brazos.


Los Nogales, en los llanos, más dispersos, descansando de sus frutos, entregados para energetizar mañanas a esos hocicos gruñones, para en su mestizaje, endulzar cafés en alajus, miran un poco a lo lejos a esos, sus hermanos osados que escalan para vestir empedrados, para abrazarse entre riscos, cortados, como para soportar el vértigo al que se entregaron cuando decidieron trepar cascadas. Ellos, algunos aún rodeados de sus nueces, claman por su cuidado, menos peligroso, pero más por el de sus otros compañeros de viaje, más los nutritivos romeros, más los aromáticos enebros, más los eróticos cerezos para que las sequías, las imprudencias, las suficiencias humanas no dejen sus marcas un día, en forma de cicatriz de sangre, lágrimas, cenizas, desazón, desgarro, ¿qué puede haber más fuerte que la desaparición del sonido de los árboles agitados, por ventarrones de tonalidades en mil silbos que llegan por cielos, o que suben sigilosos por cortados, terraplenes, riscos con mil agujeros de flauta y saltos para trombones?

¿Pondrá un día los brazos "en jarra" quien hoy, pudiera haber tomado la determinación de elevarse por el encima de las disonancias de lo inmediato que tanto ruido hace y odiosa parálisis produce?.

Mirad al señor Pino, explorador, en árbol, en ser humano, que no se conforma con contemplar las capotas de quienes le rodean; necesita crecer para dar testimonio de la necesidad de conocerse, de cuidarse, de explorarse para ser sólo, y no es poco, porque es único, ser parte consciente de la pertenencia a la naturaleza.

Y hoy, que es invierno, pero invierno de demasiados grados, me miran, me tapan, me sugieren, me besan para decirme, díselo, nosotros también envejecemos, lo aceptamos, nos secamos en muchas de nuestras partes, ¿por qué no nos ayudáis a desnudarnos de ellas, para que sigamos otros caminos, para que no interrumpamos el de los demás?

Cada árbol, es una lámina de una película de "stop motion", me asomo, para dar al start desde el balcón que lanzó voces de niñas que querían vida, miradas de mil diccionarios, escaladas a cielos y comienza la sucesión de encuentros de aquel árbol para decir hola, de aquel, que me dice, ven; o a aquel otro con curvas, para entregarse a vértigos.

 Al saltar en un primer instante, en salida de tacos, para engañar al frío que me espera tras la manta, habré abierto la contraventana del último tiempo que vivió mi madre, para que, entre el tañido apagado de un campana en reposo, el pequeño valle, avance hacia la loma de olivos en versos de aceites sobre el pan horneado en un amanecer de nervios de acero de una abuela que creaba encuentros en sus pasos para hacer otro día. Más allá imperceptible al ojo, las viñas, crujen y se ventean para prometer volver, en magia de saltos y cantos.

Llaman hoy colmenas, batientes portadoras de vida, vecinas zumbantes de árboles, romeros, flores al cuidado de estos, a no dejarse engañar por el éxito inmediato, por la victoria en el hoy para la derrota del futuro. Pese a su penetrante sinfonía, no tumba murallas con sus trompetas apocalípticas, simplemente, callan, mueren, desaparecen, pero ellas son nuestras emisarios para sabernos vivos, para quizás, sin ellas, ahora si atronarnos como aviso de extinciones.

Clama el abeto, que apareció como despistado, cuidado, atención, colúmpiate en mi brazo, pero llama, aquí, al vecino, allí, a los visitantes, en todos los lados, a alcaldes, y otras autoridades, diles que para que lamentos, si hoy, porque lo valemos, necesitamos, sólo, unos cuantos cuidados, para daros miles de abrazos, por sendas, veredas, caminos arañados para nuestros pasos embarcados a itacas de todos los días

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Siameses y mercader

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