martes, diciembre 24, 2019

Loquísimo

Puedo pensar en el más pequeño espacio en equilibrio. Una belleza por cuidar, con cada una de las acciones en las que me pueda embarcar.

Puedo, incluso, no encontrar la salida, porque entre la bruma, el frío, el viento, el humo, el todo por hacer, me hayan cerrado en un espacio lleno de abrazos perdidos, de esfuerzos en el que continuar a aquellos seres.

Pero ya en la ciudad, hoy, apaciguado, hasta que meto un pantalón, en la lavadora, con bolígrafos que diseñan la catástrofe, que es un azucarillo, me he visto asaltado, asombrado por un documental que me ha atraído por su nombre, por su introducción: The act of Killing (Director's Cut). 

Veo perplejo como mentes perturbadas, introducidas sus seseras en celuloides de series B, son capaces de justificarse en el asesinato de miles de seres humanos, previamente nominalizados, de forma machacona, numeralizados por intereses que se escapan a sus espasmos de acciones inmediatas: eran comunistas en Indonesia.

¿Qué seres enfermos de poder, psicópatas de su burbuja en la destrucción escriben para despersonalizar cada una de las personas que emitieron su esperanza de futuro en una urna, votando a opciones que hablan de justicia social y valor a la ciudadanía por encima de los intereses privados?

¿Cómo se le permite a alguien seguir con su pantomima de satanizar al que llama levantisco, siendo él mismo, una persona desleal, mercenaria y traidora a un pueblo que le confío su seguridad?

¿Se creen ellos, también, actores de una historia que les llamará héroes en cabezas mimetizadas, minorizadas y asesinas?; ¡qué locura escuchar las descripciones de sus técnicas de exterminio al objetivado: comunista! eliminado el esfuerzo de caminar por sendas para descubrirse

Vaga el asombro de contemplar a seres zafios, banales, soñadores actores en cada una de sus escenas de cotidianeidad en las que se sumergen con su maquillajes de vísceras desgarradas, bisuterías de sangre destilada en cianuro y bellezas anestesiadas con carmines de oprobio en sueños de labios hechizados por ojos que no pueden olvidar el inquisitivo porqué de unas órbitas que ansiaban la vida

Y ahí, siempre carnavalescos cuerpos vagan ante lo superficial, clientes de una sociedad de consumo para anestesiar la sima de su desmesura asesina; armonizada en dos imágenes que su mente no fue capaz de adquirir por la hondura de la hecatombe de ser ellos justicieros.

Asombro, tristeza infinita, la vulgaridad al servicio de mentes perversas. El entrar en un bar, con las manos en sangre, para ufanarse de haber matado al poeta, a quien te hacía tener la palabra, contemplar el sol con tus paisanos; para, ahora ya si, sentirse bestia, humana, pero bestia. Y la niebla del invierno, le será el velo de su corazón muerto

Un cuento, sádico, de Navidad

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Siameses y mercader

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