domingo, diciembre 08, 2019

Un paseo por el infierno


Y ahí, estaba ella, con su prole, con su madre, sus hijas y otras acompañantes, pues como fui descubriendo a lo largo de los días, su salida de aquella trampa para seres vivos le había servido para convertirse en la matrona por encima de su progenitora.

Ella ordenaba el baño de cada miembro de su troupe, en aquel pequeño enclave natural, alejado de chiringuitos, imposible al glamour. Ella tenía conciencia de la pérdida de su inocencia y ahora, ella, con dinero fresco, controlaba por un lado, a la dueña de su destino adolescente, mancillado por su desidia o por sus necesidades vitales y por otro lado, a su prole, a la que no permitiría que aquel espacio de ausencias, las entregará a babosos, pervertidos, inconsciencias sin posibilidades de vuelta.

Pasarían unos días, hasta que fuera testigo, silente, culpable de cómo le afectaba a aquella mujer griega, en efigie y en madre coraje, como una leve pérdida del control por parte de su madres, por el espacio de juego de sus niñas, cómo la visión de ellas, adolescentes rebosando vida, en la calle de sus destrozadas ilusiones y juegos quebrados en cimas de su caída a los infiernos, la harían despegar a un coctel de reproches, imprecaciones, maldiciones, acusaciones entre las cuales entreveías a la bonita niña lanzada a un mundo de pervertidos insaciables e imparables incluso ante la debilidad de una mirada que buscaba explicaciones que jamás le fueron dadas por cuerpos que sólo se sentían plenos cuando dominaban a alguien que no les amaba.

Años después, no trataría de entender que placer se puede obtener de la posesión sin el deseo mutuo, que belleza se puede encontrar entre las lágrimas de desesperación de quien la había convertido en una mercancía, simplemente odiaría a aquellas subversión de la animalidad

No, no se agotaban, horas después su cuerpo gigante, su voz trueno único, sus torrentes de palabras que buscaban recuperar su tiempo perdido, su mente destruida, en un irrepetible momento de inocencia, de amor concupiscente en ese pasaje isleño, tórrido, invitación a la destrucción de las leyes y los esquemas sociales que habían establecido seres, que en su mayoría, les resultaba apenas posible parar sus instintos más primarios, fueran sexuales o de control de vidas.

No le quedaba humanidad para ver más que a sus seres procreados, por un lado, y por el otro lado, a todos los demás, sus enemigos a los que no la importaba dejar arrastrándose en el cenagal al que se habían arrojado ellos mismos, creyendo ser dueños y señores de aquella mujer a la que creían en venta porque su dinero les abrirían las puertas de cielos que en su miseria habían agujerado con tiros de actos execrables.

Ahora ella, miraba de arriba abajo, sin pestañear para nos mostrar los jirones de su juventud destruida, calculaba y se decía mentalmente, a este le dejo sin su colchón de seguridad del dinero en dos días, después que se arrastre, como a una serpiente a la cual podré pisar cuantas veces quiera. Ya le saque su veneno, su dinero ahora, no despega, porque desde el suelo, no se atisba ni la salida, ni el futuro

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Siameses y mercader

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Zaida, Fernando y