He podido tener la inmensa suerte de ser saludado por Federico.
Desde la última vez le ví, aquella tarde donde los frutos se agitaban sobre las ramas del olivo centenario, tronando los duros calores del Sol inhumano, él lleva una época pesado, piensa que a mi no me interesa lo que él hace o escribe, pero no es cierto aunque me dé pena reconocerme en ese gentío inmune a la caricia de la brisa de menta y tomillo; si porque ahora, me he acostumbrado a ver la tele exclusiva y compulsivamente desde el punto de vista del que gana, de tal manera que cuando, oigo que mi equipo ha sufrido una derrota, enseguida pongo un cartel en mi tele, o de cuando era un joven corredor triunfador, o de la primera comunión, cuando era abrazado por todos primos y vecinos, o besando apasionadamente a una china japonesa debajo de la torre Eiffel o recogiendo la más bella manzana en aquel otoño del membrillo, o terminando de coronar un infinito puerto en los Alpes o de una imagen de un revivido yo, tras ser salvado extenuado de las aguas del Güil.
Me he mimetizado en un mundo de postales pulcras. en un visionario de victorias eternas que me confortan en los días de las inaceptables derrotas.
Y por ello, Federico, sentado en el techo de su barraca, me sonríe irónico, divertido, desafiante para verme vencido, renacido entre el movimiento de las agrias palabras que se extrujan entre los dientes que agradecen aún insomnes, el rebelde líquido, o escucha entre sus gráciles botes de toro sentado, los sonidos surgidos desde mis nervios asaeteados por acaparadores que trazan vías por telas rasgadas o surfea las palabras espumosas que rompen entre las caricias de los vestidas metáforas de pálpito abrazado.
Y me espera ahí, Federico, más vivo y más querido, él volátil e indemne entre puntos negros, de la roña eterna acumulada, para besarme victorioso cuando apagadas teles, guardadas amarillas fotos, secados trajes de los desafiantes ríos, habiendo sido ya tejido mi actual vestido, me ve en el embutido, para nacer en la danzante hoja que describe nuevas manos, pasionales tejidos, truenos finales que combinan en los desiertos sin horizonte que sin embargo pasean sus manos para inundarte de yemas sabías, exploradoras y apaciguadoras que te dan si, sol, fa, re, este sin pausa, aquel cortado, el otro mínimo pero de ondas de agua, para decirte camina, desafía, yo no me bajaré de mi barraca, aunque las dagas rasguen vidas, manipulados filos por las fetiches ideas asesinas.
Si, estudio 2, inquietudes no resueltas de debilidades encapsuladas, abre puertas y tu, me ves. Y yo, necesito el aliento del amor emanado para caminar titubeante, porque cerca la "pequeña Lampedusa", ya no necesita excusas de la dotada vida, porque clama aunque sea el roce para respirar cada día
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