Dijo aquel mozo, recreándose en el espejo:
¡No me llames, pues, soy mancebo de aquel señor que me pone aperos! Y aunque cuando acudo a tí, atisbo triste décimas de segundo mi triste condición de garrapata; él, mi dueño, siempre dice que aunque los espejos me digan mi baja condición, por el poder contudente del reflejo ofrecido al verme yo puesto a su imparcial análisis para cuidar mi ricitos, que siempre diga memeces que nadie osará tocar ese pelo que me adorna cuando él, pálido, busca mis recatadas cuitas. Dicho y hecho, para que dudar con lo que me dicen si yo estoy hecho a paellas
Hablar de paellas, los lunes de cocido
¡
Si algún día cayerán los muros que nos encierran!
¿Es tadatoz?, para tí, si tu quieres, también será
Me hice guía de un jardín privado, enseñaba tilos, sus antiguos troyanos y tirios, sus estanques donde las princesas veían el mundo sin tacha, que adorna siempre las pulcras fachadas animaladas
Un día, alguien próximo a la familia me invito a salir de aquel cercado muro; yo que allí vivía tan feliz como servil.
Le inquirí a mi dueña: ¿me puedo ir mi señora?; ella, haciéndose seguir, empezó a visitar cada uno de los lugares que yo tanto había cuidado como amado. La ví satisfecha, deleitándose con cada lugar donde era ensalzada o ella, o las niñas, o aquel marido tan dadivoso con las damas que les visitaban.
Ese día, al principio creí que él no estaba, pero cuando nuestro séquito se acercaba a aquella amazónica arboleda; aterrados oímos almas, en par agitadas. Quisé yo hacerme el loco, pues otras veces, a la par que laboraba, semejantes gritos atronaban y callaban a inquisitivos pájaros que ya no volaban y, ahí, mi señora, yo también me abrumaba.
La señora muy dicharachera, a descubrir nuevas vías inexploradas se aprestaba, cuando el marido, con bragueta desabrochada parecía que con su rifle, por estos lares, a la caza se aprestaba.
¡No seas ridículo, mi federico, que aquí con un tirachinas, todo lo aceptarás!, decía ella enconada y encornada
¡No cariño, en mil luchas bragueteado y bregado, sabido que nuestro lacayo, gobernará largas plazas, le he preparado este telescópico rifle para que todo lo someta a nuestra telescópica mira, que incluso guié su disparo, a la bestia a nuestro cocina.
Nos ibamos, satisfechos, yo por servil, ella por contemplar satisfactorios rifles del pasado, cuando oímos una grácil, más poderosa voz que entona:
¡no se preocupen ustedes que todo será convenientemente cocinado!
Quisó la señora buscar el origen de aquella voz sometida. Pero ya el marido aquel arma le había ofrecido, conformada dijo: "es verdad cielo, todo aquello también lo convertiremos en nuestro, pues, ollas, fuegos y pitanzas son nuestras (y aunque me enfade tu barragana), a nuestra mesa los manjares llegarán servidos
Para que tengo datos, si yo soy el Tato
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