Lou Reed, y quienes me hicieron creer en los Dias Perfectos
Estoy tumbado sobre la hierba, a lo lejos, me pregunto, si estará alli; hace días que no le oigo.
En estos tiempos, tan convulsos, me acecha un cierto temor; ha pasado un primer día, yo debía recorrer ese río tan dificil de pasar, engañoso, donde te puedes ver arrastrado, ya estes en la roca donde te sientes protegido, bueno es hoy el primer amanecer.
Llegada la segunda jornada, tampoco le veo, seguro que puede haber caminado al otro de la colina, donde las fallas, punteadas por cortados, buscan besar las olas del barco perdido.
A mí, por el contrario, me deja intranquilo; me imagino que tiene derecho a disfrutar de ese delicioso encuentro de cuerpos viajantes. Tercer amanecer, ¿será aquel árbol el refugio donde lee el encuentro con los capitanes de la paz?. Si es así, buscaré las aspas que defienda los amores de los cuerpos molidos. Ya, me dirás, donde andas en esta ya cuarta ausente mañana; por donde trazas sendas para el encuentro, ahora que recolecto las flores, por si fuera tu cama, pero en atillos envio los truenos de colores para dibujar dulces cabañas donde criar cabrillas que te escriban en el aire.
No, tampoco en este alba apareces. Me acostumbraré a los silencios, ya Charli partió al alba.
Es domingo, me escapo entre las acaloradas tabletas, para descansar el insomnio. Leo o escribo desparramado, como ausente en la deriva del bajel, entre robinsones miradas; voy a arriar velas, pero ¿es él?, un domingo al mediodia en la radio, su radio, la radio que nos entregó para atravesar océanos, y aún lento, como entumecido, ¡¡¡despierto!!!, si es él, Iñaki Gabilondo, pero, ¿dónde anda ahora este hombre?, ¡En Panama!, ¿y qué hace? es increible, me digo.
Quijote entre quijotes de la palabra, hoy periodista para descubrirte las entrañas de sintonías y desintonías, que a la vez que te amamantaron, crueles también te abandonaron en las débiles barcas de los rolantes vientos
¡no se me escapa!, le quiero dos horas para mí, entre sartenes de champiñones, pobres aspirantes al esquivo placer de sus setas mayores, y muelo judiones, entretenidas salsas, quizás sólo como excusa para ser acompañado, egoista, por el ser humano que me besaba con su voz, aquellos amaneceres donde en la familia algunos ya habían embarcado hacía los anillos dantescos donde manan los soles cansados.
Y era como si Tirteno, aún fuera un dios; como si Ulises, dicharachero, fantaseará en las dulces mieles que embriagarán al soberbio Cíclope. Y allí, me revivía él, para los años posteriores. Para que al amar, descubriera los seres que pintaron corazones en las palabras que naufragaban.
Y así, un día, en mis tardios despertares, dance el sonido que me esquivaba, porque allí había otro amanecer en las murallas de los mares sin fín:
walk on the wild side, Juan Carlos Monedero en el Publico
Lou Reed, cinco canciones desde el Diario
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