Pero en esas tristes debilidades, voceadas por Medias amamantadas y por púlpitos recompensados, no voy a encontrar motivo para la inacción, sabiendo las villanías cometidas desde las alturas.
Nuestros pasos. ¡Sin sus bastones!
Me hago eco del texto de Juan Carlos Monedero que ya fue defendido en Azuqueca y que se expone en texto pegado abajo. Entre nosotros percibo un pesimismo creciente.
Como estamos viendo, nos enredamos en cosas muy necesarias pero que no nos hacen avanzar.
Hace dos años, en plena efervescencia, me parecía percibir que queriamos crear cosas que ya existían: sindicatos para defendernos, partidos para gestionar la vida social.
Existe y sobre todo, se han encargado de maximizar un desencanto hacía estos dos tipos de organización. Particularmente me parece muy legítimo, porque se han convertido en monstruos de muchas cabezas, alimentadas sus necesarias estructuras por bancos que fidelizan; protegidas por fieles que sueñan, pidiendo recompensas; atascadas por acciones contrarias desacomplejadas y kamikazes (me hace gracia algunas reflexiones piomoanias que ponen en el "cara libro", los reinterpretadores de hechos).
Reescuchaba hace un momento a Juan Cruz: Prepararse y dar guerra
Recojo guantes lanzados o por Juan Carlos Monedero o por Javier Gallego o por Iñaki Gabilondo, sobre la necesidad de despertar; (me entristecía hoy en una llamada, el desánimo de alguna compañera sobre nuestra situación).
Partidos políticos, ¿nuestras cadenas?. ¿Sólo nos queda el silencio o buscar caminos?
Terminando el día, me siento bañado por la oleada de iniciativas de seres humanos que se dan cobijo entre las aguas viajeras que no se deja atrapar por los pantanos que ofreciendo velas al viento, sin embargo cierran los manantiales que riegan al todo
Podemos
TEXTO de Juan Carlos Monedero
Siguen los intentos, esperanzados o desesperados, de unir a
las fuerzas de la izquierda en el Reino de España. A diferencia de lo que
ocurrió durante el 15-M, ahora habita el convencimiento de que sin voluntad
política, sin ocupar los espacios del poder, sin disputar la cabina de mando a
los capitanes del bipartidismo, cualquier ola de indignación será devorada por
el aparato del Estado y por sus secuaces (añadamos: también puede ser devorada
por los egoístas que no dudan en salvar la cara a la Transición –incluso a
Fraga y a Felipe González- sólo porque así creen que van a salvar su pellejo
político. Malditas herencias generacionales…).
Convocatoria y Alternativas desde abajo (reunidas esta
semana en Madrid), Frente Cívico, Manifiesto Convocatoria Cívica, Procés
Constituent, Frente por la cultura, etc. son todos intentos de construir algún
proceso de unidad electoral que rompa con la hegemonía del PSOE y del PP, convoque
a los millones que se declaran hastiados del sistema y tenga la fuerza
suficiente como para negociar una alternativa a la esclavitud por deudas que
ofrece la Troika. Si la izquierda renunció –con inteligencia- a la lucha armada
para alcanzar el poder, la opción electoral reclama sumar muchos votos.
Sin embargo, y pese a los logros, algo sigue sin
parecer funcionar. ¿Cómo es posible que la crisis brutal del capitalismo no
convoque a millones en el esfuerzo de superarlo? Aunque son evidentes algunos “pequeños
grandes avances” (por ejemplo, que determinadas fuerzas políticas se sienten a
discutir allí donde ayer se mataban, o que el mundo “indignado” haya salido de
su entonces innegociable desprecio por las instituciones), sigue consternando
la relación inversamente proporcional entre la gravedad de las situación y el
apoyo social a estos esfuerzos de armar una fuerza electoral que represente a
los de abajo. Los que participan en estos intentos de articulación,
especialmente en la Comunidad Autónoma de Madrid siguen preguntándose por qué
no acude más ciudadanía a estos espacios. ¿Y si la pregunta fuera al revés? ¿Y
si la pregunta fuera “por qué la ciudadanía debiera estar interesada por estos
encuentros?
No hay respuestas sencillas pero planteemos
un par de hipótesis que pueden dar cuenta de estas limitaciones (en unos días
llega a las librerías Curso urgente de política para gente decente, donde
intento una explicación más amplia).
Cuando se hunde la Unión Soviética en 1991 y hay que
reinventar las bases teóricas de la izquierda, nos encontramos con que el
aparato teórico está viejo y es de poca aplicación. Es curioso que lo más
válido de la tradición marxista venga de los heterodoxos. Por su parte, la
izquierda socialdemócrata se hizo directamente y sin complejos liberal. La
burbuja económica le cubría las espaldas. La izquierda comunista de
vocación parlamentaria se hizo socialdemócrata, una vez que los socialistas
habían abandonado el socialismo, y el grueso de su propuesta consistía en
regresar al Estado social que ayer fustigaba con encono. Otros, a modo de revival,
pasaron a reivindicar a Stalin, con argumentos por lo general muy
débiles –prolifera la figura del adolescente iletrado entre los voceros de
Stalin- aunque a veces hay opiniones más astutas –es el caso de Lusardo-. Sin
embargo, aunque fuera cierto que Stalin no tuvo otra alternativa a comportarse
como lo hizo por culpa de los tiempos sombríos –y hace falta
mucho cuajo para justificar las purgas o el Gulag-, no conozco a nadie capaz de
ofrecer en 2013 las bondades de vivir en un país estalinista (salvo que se crea
miembro seguro del Politburó o sueñe con ser el Cao de Benós de una futura
Rusia neoestalinista). El resto de la izquierda se convirtió con el cambio de
siglo en algo testimonial. ¿No será tiempo de revisitar la tesis 11 sobre
Feuerbach de Marx y establecer que ya toca volver a interpretar el mundo antes
de transformarlo? Ahí nos vamos a dar cuenta de que ser de izquierdas es algo
que suele venir demasiado grande a la gente y que, a día de hoy, el grueso de
los de abajo aún no cuestiona el capitalismo sino apenas sus excesos. El
neoliberalismo está vivo y coleando y es la racionalidad hegemónica de nuestra
época. No verlo nos convierte en la mosca chocando obstinadamente y sin éxito
contra el cristal.
Vivimos en un mundo lleno de incertidumbres. Para salir de
la parálisis, es esencial rebajarlas. En el miedo la derecha tiene todas las de
ganar. Molesta menos la gente en un centro comercial o en un rastro –que no
deja de ser un mercado- que en otro tipo de concentraciones donde cada cual
hace lo que quiere y no hay previsión posible. Se trata de dejar claras las
reglas de la convivencia. En ese sentido, quien sea capaz de establecer las
reglas, gana. ¿Cuáles son las nuevas reglas del socialismo? ¿Va a seguir
conformándose con ser la portadora de malas noticias, la aguafiestas de la
fiesta capitalista? Aquí aparece entonces el asunto de la emoción.
España, envenenada de europtimismo estúpido –por eso
regalamos a Europa nuestro parque industrial y ahora le regalamos nuestro
Estado social- se ha olvidado de su condición latina, de su sangre
mediterránea, de su modernidad peculiar, y se ha lanzado a imitar un
prusianismo que tiene poco que ver con nuestra cultura. No se trata de
reivindicar ni mucho menos el regreso de la oligarquía y el caciquismo sino,
todo lo contrario, usar las herramientas propias de nuestra historia en la
lucha contra la oligarquía –que hoy se llama SICAV o multinacionales- y el
caciquismo –que sigue vivo en buena parte del país, como demuestran los Fabra,
las Aguirre, los Baltar- para encontrar nuestro propio modelo. El fascismo se
impuso en Europa por las urnas o con un paseo militar. Aquí le costó tres años
y un genocidio. La izquierda tiene espacio creciente en Cataluña y en el País
Vasco porque no han renunciado a ser quienes son. Es una tarea pendiente en el
resto del Estado. La derecha sabe por qué frena la memoria histórica. Parece
que la izquierda no.
Y por último, está el tema de los liderazgos. El
populismo latinoamericano, tan denostado por la derecha mundial, puede
ayudarnos a entender un posible camino. El populismo hay que entenderlo como un
momento destituyente, no como las bases del proceso constituyente. Es una
apelación al pueblo, muy cargada de sentimiento, que busca tumbar esas
instituciones que no terminan de marcharse y alumbrar esas instituciones que no
terminan de llegar. El sentimiento que la ciudadanía profesa por sus regímenes
sólo es superable por un sentimiento mayor que permita pensar en la
alternativa. Ese es el papel de los liderazgos. Las diferencias entre los grupos,
las disidencias históricas, la confianza en la alternativa que rompa con el “no
se puede” del poder, el impulso para desatar la participación va a
venir de nuevos liderazgos (liderazgos en plural, nacidos de las luchas,
implicados con las peleas y, por eso, con capacidad de sumar con ese ejemplo la
representación del conjunto de las luchas). Cuando el triunfo llegue, el
populismo se retirará y dejará paso a nuevas formas de institucionalidad. Ahí
los líderes pueden pesar más de lo necesario y corresponderá a la ciudadanía no
ser rehén de los mismos. En la fase de crear la alternativa, la participación
debe sustituir la dirección que ejercía el liderazgo, y la nueva
institucionalización –donde pueden y deben caber formas de autogestión
política- debe sustituir a la fase de alta acción colectiva. Que nadie cuente
con un pueblo movilizado de manera extrema durante todo el tiempo necesario
para sentar las bases del nuevo régimen.
En Madrid, todos estos elementos negativos siempre se
acentúan. Mientras que la izquierda madrileña no se olvide de querer inventarse
España -cuando no es capaz de inventarse a sí misma-, no va a salir de su
postración. En ese esfuerzo, le ha dejado a la derecha gobernar Madrid durante
casi dos décadas. El día que el Tribunal Constitucional esté en Segovia y el
Tribunal Supremo en Sevilla, la Comisión Nacional del Mercado de Valores en
Cáceres, los periódicos nacionales se impriman en Barcelona y el defensor del
pueblo esté en Girona, el BOE se haga en A Coruña o RTVE esté en Bilbao, este
país no va a ser federal. Y como queda mucho para que la gente entienda esto,
Madrid debe empezar a pensar en sí misma. Quizá un Madrid de izquierdas y de
verdad federal pueda ayudar a reinventar la vida en común de los diferentes
pueblos de la península. Pero para cumplir esa tarea, tiene que convencer. Bien
puede comenzar limpiando las letrinas de los partidos, contaminados de
ladrillismo, gerontocracia y vieja política. Y, tarea no menor, debe lanzar el
mensaje de que tiene capacidad de manejar el aparato del Estado, escogiendo a
las y los mejores en los cargos relevantes.
La última vez que la izquierda del reino de España se unió
sucedieron previamente dos cosas: la movilización social contra la OTAN,
dispuesta a romper con Europa y a quebrar una de las exigencias de la
Transición, y la existencia de una figura como Julio Anguita. Por ahora, no
tenemos ninguna de estas dos cosas. La izquierda que quiere sumar debe
construir liderazgos creíbles –es el lastre terrible de Izquierda Unida,
especialmente en algunas partes del Estado, condenada a la impotencia por la
biografía de sus líderes- y debe apelar antes a la emoción de la ciudadanía que
a su necesidad de organizarse electoralmente. Las casas no se construyen por el
tejado. Salvo que los techadores de profesión logren convencernos de lo
contrario. La izquierda que quiera salir de la marginalidad y no se
contente con recibir las migajas electorales que caen de la mesa del PSOE,
debieran tener como tarea inmediata emocionar a y con las mareas. Ahí habrá
dado un primer paso. Pero se dará cuenta que para emocionar a las mareas tiene
que disolverse en su flujo. No pretender dirigirlo. Y entonces volvemos a la
casilla de salida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario