Leo el artículo de Manuel Vicent de este domingo. Quiere fijarse en las bondades que pueden tener los seres que están enterrados en cuneta: el olor a tomillo, el viento que fecunda el mundo.
Tomo dos sentidos en este bello texto, por un lado, les dice a quienes quieren menospreciar, oprimir, enterrar aún más profundo a los seres que como hoy, lucharon por hacer una sociedad llena de compromiso, que siguen viviendo porque iluminan vidas y forman parte del querer ser cotidiano
Por otro lado, me preguntan directamente. que estoy haciendo para que estos seres reluzcan en la memoria de sus seres queridos y entre la sociedad a la que contribuyeron o en su taller, o en su campo, o en su aula, a sacar de un oscurantismo impuesto por siglos de poder absoluto.
Siempre aquellos fontaneros, médicos, políticos, jardineros, maestros serán más fuertes y dignos de respeto que estos manantiales de odio que ¿por quién protegidos? pueden recorrer escenarios insultando el pasado, jactándose con la violencia de sus diatribas de su agarrado poder, filubesteros en su único orden impuesto por sucedidas espadas cruzadas
Si, la última pregunta Vicent es nuestra clave, cuando se ha gobernado, ¿siempre se pensará en el otro, cuando este, impone su pensamiento?. Quizás ante el desmedido vociferio, se necesiten oír más, los ecos de la viva poesía!
¡Callad, no molestar la punki bestia!
¡Oíd adjetivos del embolsado sátiro!,
¿Nos taladrará sus clavos el libre aire?
¡No!, Ateneo para escuchar los allendes
vejados con la codicia que alimenta.
¡No! Ateneos para caminar en la filosofia
ahuyentada la pantagruélica triste sequia
Y ellas, silentes para desplegar velas
al oír entre el susurro de la fiel brisa
voces sirenas a miradas acantiladas.
Tú, viajera entre grumetes inertes
¿será el repetido mañana silenciado,
fecundando por el hoy de oferentes?
¿Son tan fuertes sus armas para nuestra palabras,
que se nos impune el eterno triste deambular?
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