Podría inventarme que fuera en un floreciente febrero adelantado, donde oyera el maremoto producido por las grajas que volvían eternamente para clamar su belleza; pero no, sólo era entre la pequeñez de la luz de centelleante invierno en el que aleteaba en su oscuro cristal, aquella bandada insolente que desplegando sus alas, clamaban diciendo que su verdad era la libertad y que la luz que se escapaba entre el plumaje de sus protectoras alas, era la plenitud del sol en la que debíamos vivir para aceptar a caminar entre los pedruscos sobre las que habían construido sus espléndidas certezas impunes.
Una propia pequeña mesa recibía en aquella plaza, la luz de pensamiento liberado para cubrir la desnudez del ser que se forma con el manto de las redes de solidaridad popular, alejadas de la verticalidad entrega sostenida desde la publicitada prepotencia, la que cede para poseer más y más.
Y las palabras crecen desde la intima tinta de la consciencia de ser uno mismo, no sólo ante lo dicho sino también ante lo vivido.
Y en estos momentos, busco el agua que calme la cortante noticia de tu terrenal ausencia Mandela, mi corazón te vibra. Volaste entre barrotes para mostrar el terrenal cielo de la comprensión humana.
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