Sobre las 19h llegó Penelope, introdujo la llave y abrió la verja. Entraron Curro, Mari y Juanele. Nunca habían estado en aquel lugar. A ella le habían entregado las llaves en su puesto de trabajo.
Siempre en los cuentos hablan de gigantes. Parecen que sólo fueran narraciones para entretener y asustar un poco a los peques, pero no yo lo he visto. De espaldas en una foto, llevaba una niña hacia el principio del mar. La llevaría para empezar la travesía del océano de la vida, seguro que sigue igual. Tuve la suerte de verle de frente y de saber que es un gigante, nos sigue acompañando su humanidad.
Por lo que sea, soy un hombre de suerte; también se me ha presentado una giganta. Nunca lo narraron pero tiene una mano como un corazón y la coges y te da pálpitos de tal manera que ni paras y eso que te permite no leer aunque en algún de los latidos te viene a decir. Si abandonas las lecturas te pierdes parte de lo que soy.
Pues, por esto y porque Marian me lo recuerda, y vaya, tampoco es cuestión de vivir dos mundos, creo que buscaré a David Uclés, Óscar comentó que en su viaje libro existen muchas vidas en las que reconocerte en lo que eres y lo que te rodea.
Giganta, la real es un poco así, pero a está la ves por la calle o te tomas unas cervezas con ella. Te habla y cuando se va, te dices: chico, pues no ando y claro te ves que como que no andas y resulta que te lleva en su palma con pulsos que te dan retos.
Cuando entro por la verja, resulta que salgo a campo abierto y por allí va ella. En día como estos, en silencio, va dándole la mano a alguien lejano Pepe, este ha pedido respeten su silencio.
Sabemos de su inmensa entrega. Los dos se acompañan. ¡Qué grandes, me digo! Algunos días, sin que ella, la giganta, me vea, por ir vestida de lo cotidiano, la veo humanizando a las víctimas esclavizadas de las pantallas. Con sus palabras las estalla para que esas incipientes vidas, sepan que tienen cadenas que las atan a ver lo que otros les arrojan como pienso verdad.
No desespera aunque de pequeña veía en su pueblo que cuando se ponen a picotear, no levantan la cabeza y no les da por subir piedras. Ella, enorme, les da razones para quererse, como diría Bebe, razones para que no tengan como héroes a los modernos agitadores digitales. Es grande pero se sube al pupitre, se pone a su altura porque les quita el muro en el que les proyectan lo que deben consumir para irse poniendo ellos mismos los grilletes.
Existen días en los cuales, arropado por sus venas y sus dedos de amor, la veo agotada porque su alumnado se encuentra cómodo, encerrándose en píxeles. Estos son fríos y crueles, les reconforta en su desamparo. Ella sabe que, en otros tiempos, la humanidad siempre ha buscado otros refugios. Les da miedo lo que hay fuera. Si se lo dan hecho, ni tan bien.
En esos días, ella por giganta, ya les tiene preparadas sus incansables búsquedas para que sean ellas quienes se metan en aquel océano por el caminan niñas compañeras con sus madres de actos de abrazos.
A la giganta, basta decirlo, yo la amo. Existen encuentros en los que te quedas mirando hacia arriba y no te da tortícolis, solo pasos para contemplar por las sendas en la que te haces. Una suerte, que siempre la veas, aún entre montañas de días que pasan