Me quedo mirando a la taza. Me pone que sonría que la vida es demasiado corta para estar infeliz. Como no tengo ganas de traducir el texto, le he pedido que me lo traduzca ella.
Se ha alejado un poco y ha pedido una jarra, pero ni de bebida de soja, ni de leche, sino una pinta de cerveza. Después me ha soltado un erupto que ni el vecino de mi vecino que tiene días floridos, en cuanto a la profundidad y por desgracia, tengo la desgracia de olerlo. Me ha hecho la traducción antes mencionada y me ha salido una sonrisa de oreja a la misma, en su vuelta de salutación.
El caso es que después de tantos vericuetos, pienso en el microfono abierto que nos reveló la profundidad de la trama para criminalizar a las "marchas por la dignidad". La taza me la había llevado yo, como aspirando a que ante cualquier altercado, yo pudiera exhibirla como símbolo de cordialidad. De natural, huidizo, cuando se puso la cosa chunga, con mucho cuidado eso sí, pensé en dejarla a buen recaudo pues se había convertido en un talisman en los últimos tiempos. Ví una mesa y bueno allí que lo dejé. Había mucho lio por allí, pero como iba a pensar que allí se estableciera un pequeño cuartel general para preparar lo que después aconteció.
La taza cayó y pareció que absorbiera las ordenes que se iba transmitiendo entre susurros:
"A estos que se han hecho cientos de kilómetros les vamos a quitar las ganas de volver a andar para dar por saco".
No quiero entrar en pormenores sobre más cosas que se pudieran decir, pero, ¿qué ser humano que viva en un país, por ejemplo, llamado España, puede crear el caos ante una mujer que se ha visto desprotegida por una gobierno regional que le había concedido una vivienda y luego decide que esa, la gestionará un fondo de inversión?.
La dignidad es respetarla es su debilidad. Articular acciones que denosten a un colectivo pacífico provocando altercados, desde luego no es defender los valores de lo que afirmo amar.
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