miércoles, enero 01, 2020

En Blanco

Me voy a la cama y ahora, veo que estaba tejiéndose un tramo de mi encuentro contigo. Ellos subían al tejado con sus trajes rojos para atisbar la presencia de quizás, unos días de nieve y sin embargo, allí, el canalón la emprendía a explicaciones con sus palabras desprendidas y poco juiciosas, ¿Cómo podrían ellas entenderles si en ese diálogo de sordos las bajantes se elevaban hasta la torre?.
Nada se hacía fácil, las campanas adormecidas, se animaban poco a poco con aquellos desencuentros de ausencia de horizontes cargados de mantas y los clamores de las tejas que necesitaban mesas donde palmear y allí, entonces, con el volteo en el que el badajo encontraba repiques y taconeados, el mensaje se hacía nítido con salpicones de revoloteados: los huertos dejaban de ser arados y pacientes les ofrecían a sus amantes los suaves aromas por donde explorar los encuentros.
¿Eran ahora, sus amantes, apañadas personas que repetían en las posiciones que marcaban la cotidianidad?
No se habían abierto las canaletas para que los tonos se perdieran en voces superfluas, por eso, las filigranas que surgieron entre las azadas y motocultores con aquellas campesinas eran delicias visuales que desvestían lo rutinario. Allí había promesas de búsquedas pacientes, de tardes mirándose para llamarse a saciarse, de dulces recodos regados por aguas germinadoras. No sabía el tiempo que duraría, ni las noches en que yacerían apretadas entre las ramas que componían melodías para abrazar las palabras lanzadas por las estrellas, pero si sabía que ella, la madre tierra, merecía, por fin, cada uno de sus crecimientos para que fueran bellos los frutos engendrados.
Cuando, entre aquellas cercas, las escobas con los sonidos embrujados llegaban, soltaban imprecaciones los esforzados lomos para que las desencajadas tormentas redujeran sus nuevas musicalidades que tanto destrozaban a las hojas que asomaban o a los tallos que buscaban nuevos horizontes. ¡Maldita! No pararían de vendernos esas pastillitas azules ante las que nos postrábamos, como promesa de esplendores que tantas postraciones iban consiguiendo, ahora los jilgueros, luego las abejas, luego el veneno en nuestras sangres. Allí, sentados bajo la sombra del roble más que roble jugaban los hijos a imitar a las orquestas nacidas  en las azoteas y campanarios de ventanos y recovecos a ecos de certezas eternas; abajo, bebiendo los calores que prometían atrapar cada uno de los poros, los seres se retozaban en ellos y con lo nuevo que cada año repetía su esplendor y a veces, muchas veces los vientos soltaban las hojas para, que tanto mestizaje pudiera no convertir aquellas vegas en un solárium de exhibiciones de cuerpos a adorar. Las acelgas buscaban acariciar el paladar; los tomates, mostrar sus carnes como altares en los que descubrirse; las cebollas, escondida se crecía para abrazarse a tu boca, para transformarse. Más allá, la viña restañaba su vestido despojado en hilos de oro y telas de ensueño, para debajo esconder los néctares que embrujaban nuestros deseos, para sernos en esos momentos dioses.
Había, aquella casa por descubrirse, emitido vibraciones y caricias que pertenecieron a quienes destilaron los jugos de sus sonrisas, cuando en el repiqueteo de las herramientas de los nuevos habitantes, parecían que se arrojaban a los contenedores los pasados, sin embargo, el torpe ayudante le clamaba al tejado, su pertenencia al pasado. A la sonrisa insertada en su piel, de aquella señora que vistió los tiempos final a la madre pérdida demasiado pronto.
Pellizcos para escuchar los diálogos que siempre tuvieron los altivos cobijos con las insaciables huertas, siempre agradecidas a los cuidados, siempre oferente a los que las despertaban de sus letargos.
Los hilos buscan acompañar a las puntadas para recrecer los besos que recubren nuestros encuentros en la naturaleza. Mantos mutuos para los renacimientos virginales de cada año. Pronto, los frutos se mostraran en las sabanas como la culminación de las entregas.  Lienzos de trazos en mimos, agotamientos, dudas, reconvenciones, nuevos diálogos. Testigo Blanco, para mostrar la vida

No hay comentarios:

Siameses y mercader

Siameses y mercader
Zaida, Fernando y