martes, enero 21, 2020
Señor Árbol
Usted no sabe con quién está hablando, ayer aquella señora me negó el saludo pero yo le dije cuándo saldrá el Sol aquella pera tendrá otro color.
No lo sé, lo que si sé es que usted es un estúpido, afirmó con mucha contundencia mirando a los pendientes que me acababa de poner.
El caso es que nunca quise ponérmelos porque consideraba que para merecerlos y exhibirlos se deben atravesar los mares y océanos que andan despendolados allá por el Estrecho de Magallanes y navegar con sus vientos salvajes que pueden rasgas las velas y tumbar el palo mayor sobre la ingrata señora.
Por mi parte, surcar grandes tempestades lo había conseguido las últimas semanas; cómo se puede olvidar que los libros de tres mujeres debían servirme como lectura, pero también arrojarme sobre las aguas turbulentas de esquemas por romper.
Mientras el chico tranquilo, te avisaba, tranqui, tranqui, aunque estuviera vacilando con un despiste, que no era tal, o sí; tú te zambullías para comprender como el Macba, genial, asiento para letras que revisitadas no encuentran su porque en un rumbo caótico, y que además, sus salones eran pasto de exposiciones de grandezas en un vaso de papel; desde allí, Brigitte te maldice si sólo pasas como un taimado vagabundo de tres días, si sólo miras la cara de aquella que vende sus productos, y la tienes como anécdota sin comprender el colchón que ha sido rasgado por las cuchillas de tantas desesperanzas arrojadas en esas camas calientes. Mundo en performance de hábitos para mercantilizar un espacio, convertido en peceras donde sólo exhibir la ternura de una pareja en paso, que la eternalizas y en su belleza, también la cosificas.
Cuando de esas calles sales con el aviso de: ¡eh! ¡Qué somos la sociedad en tránsito desprovistos de nuestras raíces, porque somos mundo!. Se te acercan los vendedores, de libros, de viajes, de patrias y Ece Temelkuran, que por la borda, sólo desde ahí, imposible su llegada a la Ítaca del presente, puede oler cada una de las esencias de su ciudad, Esmirna, pero te da los aparejos para que los coloques en su sitio, y no vayas tropezando con las torpezas de los piratas institucionales que te agujeran las tablas donde leer rumbos, para que te arrojes a sus naves de rescate. Nacionalismos mediante. Sobreviven las ellas, sobrevive la ciudad en una danza integrada, de pulsiones en sudor, llena de declamadores, unos en silencios; otros, desde los tablados proclamando nuevas estructuras donde lo principal, sean las habitantes cercadas en las verjas que las separa de la sociedad que cumple los estándares que les ha aplicado la sociedad capitalista. Encerradas para ser adormecidas de un mundo que se canibaliza mientras les entretienen con palabras en zumba.
Y la señora, con una sierra, ataca la fruta que la ofrecieron requisar para ser desposeída de su yo; arrancada, guiada, tal vez, por los estertores de lo que se piensa mantener de dignidad, la cadena acelera su ataque a lo inmediato, al agua que dicen ofrecer libre para ti, pero derrochada para ellos; haciéndote participe de la deforestación de las copas que abrigan silbidos de esperanza.
Señora, quizás con una magdalena podríamos iniciar una aproximación a las esencias.
Una magdalena, idiota, me susurra, apagando el motor de uno para arrancar el satisfayer, si te acercarás a la fidelidad que me proporciona ese animalico, te aseguro que no llegarían los ingredientes a ser analizados para el supuesto placer, porque en nosotros yacerían las ansías de una danza que electrifica desde el primer porté sobre mis espaldas al postrer desporté, sudoroso que llame al encuentro de infinitos segundos.
Le apagué el último aparato, aparté lejos los dos y la hierba nos meció en la eternidad de manos, brazos, bocas…..¿cómo olvidarla? Ella me quiso, yo, a veces también la quería, es tan corto el abrazo y tan largo el olvido.
Entre los mil brazos del árbol, los nuestros les estremecían
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