sábado, enero 25, 2020

Espera, espera, no pises

Aquí me tienes en la puerta, sin entrar porque me han dicho que espere a que se seque el suelo o irme a darme una vuelta, pero claro cuando uno está en un acantilado, por donde has llegado después de escalar y andar por sendas de no retorno, además el albergue anda sin techo en estos días y las olas, de 10 metros, están rompiendo de forma periódica cada pocas horas, te dices:
Hombre en la habitación del fondo parece que está techada y aunque pisará por sus pasillos y su hall un poco, no creo que se notará mucho. Y con esa cara miro a la señora, pero es mirarla y aparecerseme todos los miembros de la judicatura que han sido elegidos por partidos y que está en puestos de responsabilidad para la decisión de cuestiones claves, donde las visiones partidistas andaban sobre cimas durmientes pero cambiantes.
Claro, es cuestión importante la mía, según, les cuento cogí el barco que me entraba en la playa de Laredo, pues me había quedado exhausto sobre la tabla de windsurfin para llegar a sus arenas; sus vientos que venían contrarios por la bocana, no los pude superar. Intimé con los del velero y dos días después salí rumbo a la recortadas costas de Irlanda; Galways era mi destino. Todo bien, siempre había sido mi sueño navegar en solitario por los mares y océanos. Además esa temporada los vientos me acompañaban. El caso es que cuando llegaba a Dublin, donde pararía unos días para visitar Sweeny y sus friendly and artistic people, desde un alto me pareció que alguien me quería llamar la atención. Un catalejo tuvo la culpa, pues por sus cristales entró aquella belleza, si, lo sé, entonces era sólo belleza que prometía volver a revivir aquellos días de camas y suelo. Yo, he sido siempre muy abandonado para eso y me dije, esto es muy escarpado y partiría el casco de ese barco mágico. Eché el ancla y lo aseguré con mucho cuidado. Las velas recogidas totalmente y mi kayak lanzado al agua. Al llegar a ese playa natural, un empedrado, apenas accesible si no era por agua. encontré una cueva pero aún así amarré la piragua y cubrí su bañera para que no entrará agua que la hiciera más pesada de mover y más batida por posibles aguas subterráneas. Por fín encontré la senda y ahí que me lancé, como quien busca una democracia, sin tantas mentiras y cartas marcadas como las que marca en su libro Ivan Krastex y Stephen Holmes: La luz que se apaga. Era una lucha, por caminos resbaladizos, pasos con cuerdas y presas de agarre grandes pero húmedos. Cuando ya llegando, la chica se metió en la casa del abismo, lo que no pudé imaginar que antes apareciera ella...; ella que pudiera ser la madre, o podría su enemiga, porque su cuerpo dibujaba curvas sobre las que marearte, si ella estuviera dispuesta a conducirse por los mismos instintos, ahora sublimados, que me guiaban a mí.
Parece ser que no, que sus primeras palabras, fueron bruscas y secas, como para marcar territorio. Yo no me vuelvo, me pensé, mi catalejo ha estallado cuando ha entrado el sabor de sus labrios sobre mi voz que la escuchaba.
La señora del recibidor, que se hacía la despistada, en cuanto me veía emprender, fuera con mi cabeza, mis pies o el giro del cuerpo el camino hacía dentro, me miraba como superiora, por un lado, pues mi cuerpo, chaparro y entrado en carnes no podía ser el baldón con el que se adornaba aquella casa; por otro lado, porque pareciera estar en una ceguera que le hacía levantar sólo su pañuelo para impedirme a mi el paso.
Tardé un tiempo en decidirme pero, que hostias, hablando fuerte y mal, le dijé, estamos en el abismo, no tenemos tiempo para muchas charlas y muchos debates. Comprendo que creas que el mundo sólo dos colores, los de los tuyos y los de los demás, pero si ahora mismo, no paso la puerta, tu te vas a arrepentir porque tras mi cuerpo, está mi mente, y como dice Piketti, en su último libro, esto tiene que cambiar, los que te ataron en corto para que sólo ellos pudieran disfrutar de ella, te negarán las veces que a ellos les involucren y tú, te sentirás basura cuando antes soñaste que todos te respetarán y admirarán.

Yo nunca he tenido poder de convicción, pero estas letras se las mando, momentos después de echar una última ojeada a mi goleta que permanece inhiesta y bella meciéndose con las olas y adornando el horizonte y momento antes de entrar en la habitación, con una y otra, pero claro eso no querrán que se lo cuente

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