Aprendió de la historia, y en ella encontró aquel que cambió la realidad al país de la filosofía, de la poesía, de la ciencia y la investigación. Y se postró ante él, sabiéndose miserable, execrable, culpable, pero siempre, siempre, siempre, por siempre, protegido, protegido, más protegido que nunca, por necesitados, ellos también, por quien, gobernando un país, le esconde lo que son, a quienes pertenecen y sirven, y porque están al frente (hay algo más grave que destruir lo que uno es).
Era una unión de la oscuridad, de la bajeza, de lo infrahumano, que extendían su manto sobre el actual estado por el que se desenvolvía la condición humana, (que se jodieran) por haberse arrojado en sus brazos, que tildaban de miserable al que dudaba, tontos a quienes habían confiado en ellos cuando les decían que podían con todo.
Si ese hombre, aquella mañana, aún dormido soñaba protegido bajo un árbol empozoñado, de larga sombra, pero savia pegajosa, viscosa, impregnadora de lo más intimo y no pudiendo el ajeno, ni escapar ni a ser atrapado por ella, ni a ser poseído, casi fecundado, por el olor de esa nauseabunda y pútrida planta, diríamos que ajena a la condición botánica.
Le habían dado todo el poder para sodomizar la verdad, someterla, chantajearla, embellecer lo nuevo, focalizar lo superfluo y sin embargo, de sus corbatas sulfuraban hechizos que tiranizaban al ser que buscaba; en su miraba, pretendidamente segura, intuías el fondo de la caverna en las que se apoyaban sus ojos. Allí, en pozas, segados sus fondos, se debatían quienes en algún momento le habían hecho pensar. A él, que en pequeñas notitas, le habían resumido lo que tenía que pensar, para poder vivir con esas chaquetas, pieles de mil capas, perfumadas por las pócimas de las entrañas de tanto seres poseídos.
Y no queriendo conocer más de tí. Ní tu barriga de mil bocas, ni tu pelvis de mil saraos, ni tus píes, garras que se asen a ese árbol tan protector como despreciable: ¡camina! en ¡caminos!, de altas murallas para proclamar tu única libertad. Y sueña, vive, respira pero no exhales, hueles a aquel hombre de mil mentiras repetidas y eso convierte tu aliento en algo irrespirable para el que busca en su libertad, entre errores que le hagan. A tí, tan seguro en tus chuletas guiadoras, eso nunca te sonará en la protegida eterna vida que crees recorrer sin sueños
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