indiferente ante los días de cielos iguales. Mi cuerpo se refugia en los pasos suspendidos a la razón; juego con el horizonte, cuando entre las piedras pisadas, percibo la punzada de algo que busca nacer. Dolor, extrañeza, miedo, nunca indiferencia. ¿Por qué me produce tanto daño y ahora miedo, la aparición de aquella malva planta?. En el encuentro, a través de la mesa, sale amiga por comprenderla dolida en las profundidades habitadas, por la dureza de lo vivido y, si por todo ello, mi cuerpo la refugia, la acaricia, la mima, la ensimisma y la ama incluso cuando camina en tierras duras, secas, ansiosas del agua huidiza. Sobria escena entre campos ensolados. Aún ahí, en el postrero duro encuentro con la austera tierra, se me ofrece volando una nueva planta amiga, amorosa, tierna, sin grandes gestos, pero llena en su profunda vida, de olores y nervio. ¿Pararé ahí?, flores venidas entre el fluir de la vida; o no! sangre, palpitos en llamada a lo nuevo, a la palabra dubitativa, lanzada para proclamar tu ansia. ¿Quién quiso enmarca la mente en los silencios, si entre mis labios, mi nariz y ojos fluyen ríos de sueños, a veces zaheridos?
Y si, el cuerpo, dice, que te vio ondear, fluida, valerosa, azarosa, saltarina, tropezona, picarona, pero un día..
Ay, frío, frío, frío, una vez más frío, te venció la despiadada oscuridad; lloró el olvido, la sinrazón; eras la luz que emergía, sólo apenas un poquito de esa maldita eterna oscuridad.
¿Vencida?
La vida busca el calor de lo querido
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