Las venas perciben pálpitos de los días borrosos
los escucho, los recorro en la peluda seda del brazo,
casi inerte, débil, a él, le devuelvo su eterno giro;
ay, si en mí, al menos, encontrará alivio en la compañía.
Se va, para navegar sobre su barriga vacía, satisfecha,
a veces, de crueles caridades, tras la impúdica quita.
Mira, allí tal vez en aquella tierra, en aquel arco iris,
habrá vida propia, sin seculares dictados empozoñados.
Llega, se descubre en errores en amores, idas y venidas,
pero maldición, fueron cogidos, amarrados y clavados
aquellos tres colores, fueron después desgarrados y
llenados con inmudicias de la ira, la opresión y rodillas;
silencio, se me eriza el pelo, imperceptible por su miedo,
el recuerdo del maestro que aprendía, entregándose;
¿qué necesidad tiene la certeza de tanta sangre?.
Ella, antes palpitante, ahora se desliza entre impenetrables rocas.
Ideas que pudren naciones, personas que hacen colores
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