Acababa mi anterior libro de Tony Judt, si ese del que saqué, casi como únicos colorarios que el tren sería un buen vertebrador de una sociedad que debe caminar junta, por mucho que nos vendan torres de márfil personalizadas (cualquier político de izquierda debería tener entre ojo y ojo, reducir de forma salvaje el precio del ticket, por lo que ahorra de gasto energético por un lado, e independencia de otros paises por el otro) y me dice Judt que no se ve vaya la cabeza y que no olvide, a pesar de mi estrechez de miras mi segunda conclusión que sería el poner en valor lo conseguido con las ideas socialdemocráticas.
Y me embarco con otro de sus mágicos libros: "Pensar el siglo XX", conversaciones de Tony con Timothy Snyder y de sus primeras páginas, me embarga la emoción convertida en momentos, en indignación cuando pienso en estos seres que son capaces de reflexionar desde la libertad y desde la adquisición de unos conocimientos para afrontar la vida percibida con mayor profundidad en contraste con la visión, pretendidamente veraz de seres que desvian la atención sobre lo étereo y su acoso a la libertad del otro, incluso de quien no se crea esa credibilidad. Además de alimentar a arietes, bazofía entre el periodismo, para que denigren desde su ofuscada en oro, atalaya, a la profesión, por un lado, como a sus victimas elegidas, para quitar las miradas que cada vez más se dirigen a los seguidores de los Hayek y compañia, impulsores de los insaciables equilibristas de la sociedad vertical: chicos de Chicago.
Entre sus fanfarrias, crecen los sonidos jazzisticos que nos animan a descubrir nuestro propio camino
Cantando a los chicos de Chicago
Y por ello, descubrimos nuestras sendas. Silenciadas y atragantadas sus trompetasConsumo colaborativo
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