domingo, enero 12, 2014

Mi primo catalán; los que recorremos caminos

A él, cuando el otro día me volvía de su ciudad abierta, pensé que le debía dedicar unos minutos en mis vaívenes cotidianos. Y lo tenía en mente porque para despedirse de mí, me repitió varias veces, "hala Madrid", de tal manera que me resultó tan extraño como obvía su reiteración. Minutos después, ya alejado de él, pude comprender que se refería al cariño que puede tener por mí.   Yo, también, le debiera haber confirmado, también ese placer de haberle sentido cerca, durante estos años. Junto a mi prima, que, al contrario que él, si es de la Riba, a lo mejor, más cercana, pero fuera de sentido si no la viera como parte del mundo al que me alivia volver.

Me recordaron también las palabras de Hanna Arendt y del árabe de la película de "el médico", se quiere a las personas cercanas, no a las entelequias, donde pueden habitar seres que te odían, o en sus actos o en su mentiras.

Allí,  navegando entre ellos, en la librería donde florece el encuentro, pudé acercarme también a Tony Judt, y a la lectura de uno de sus últimos libros, del que extraigo una idea mil veces repetida: la necesidad de rearmarnos con motivos, con razones para defender lo público ante la asfixiante propaganda de la eficacía de lo privado, que pese a esa lujosa parafernalia,  una y mil veces, desde sus cloacas debe ser alimentada por el estado, por el conjunto de los ciudadanos.

Y paladeo el conocimiento al que me expone una restrospectiva sobre Salvador Espriu (a la cual debería haber devuelto la visita por lo que me había ofrecido) y me quedo con una de sus frases, que mi mala memoria me hace reinterepretar: La independencia es algo que nos ofrecen los ricos para mientras hacer sus negocios.

En esa mi traducción, veo  el cotidiano uso que hace esta derecha, que quita derechos, que nos entrega al poder económico como mercancía y al poder religioso como pago a su botafumerio ambientador de los malos olores, para favorecer actos como la sublimación de las ideas de separación que sirven de escudo a tanta y tanta avaricia destructora de un tejido social.

Siguiendo la lectura aliviadora, aunque no terminada de Judt, tras los años siguientes a la segunda guerra mundial, se creó una telaraña de protección del ser humano desde el conjunto de la sociedad, que alivio el daño inflingido por las ideas totalitarias. Es a partir de los 70, cuando se favorece un abandono de esos logros, no suficiente ensalzados y valorados, para alabar-atrapar al individuo en sus metas personales, alejadas de una búsqueda de un equilibrio en la sociedad.

Se mercadea con una pretendida equidad en los objetivos tanto del rico como del pobre, del poderoso como del desheredado. Se hace hincapié en la imposibilidad de tomar parte de una sociedad, donde se han enquistado formas de actuación alejadas de una concepción ética por parte de los diferentes interlocutores sociales.

Y amparados en esta justificación se esparcen en el desánimo, los verdaderos interlocutores en esta convivencia, el individuo, desideologizado de la repercusión que sus actos tienen en el conjunto de la sociedad (nos alivia, a la vez, que nos entristece ver como un juez, capaz de mostrarnos correos que nos dan idea de lo que se nos ha despreciado, robado y encadenado, nos llama a persuadirnos de nuestra capacidad para actuar dentro de la sociedad).

Y, quizás está ahí, en el empoderamiento de nuestras posibilidades de cambiar, donde debemos mostrar nuestras capacidades.

Elaborar y exponer, frente a otorgar. Mostrar y discutir frente a adoctrinar.

Por ello, por los primos que ya nonagenarios, se enfrentan debiles a una sociedad deshumanizada, pero caritativa; economicista para la conmisericordía del, posteriormente, beneficiado. Se hace necesario no buscar justificación en las bajezas ajenas y elaborar una plan de ruta donde coincidamos quienes creemos que una sociedad más igualitaria, es un mundo con menos tensiones sociales.

En este mi periódico bosque,  yo no le supe responder, lo que yo también amo a los seres que me hacen más viva una sociedad tan llena de corazones que se desarrollan en el contacto cotidiano.

Olvidar que los caminos marcados fueron desbrozados un día, por seres enamorados o de su lengua o de su ser prójimo o de su lengua o de sus incertidumbres, es negarme como persona y postrarme ante los dueños de la sinrazón.


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