Llegó deslizando sus pasos, con palabras sibilinas adventó nuestra mente aún torpe por la saciedad de la somnolencia de la siesta de la abundancia y por el enfado de los primeros pasos desorientados.
Atrapados, se entregó al deleite del juego seccionador donde la pérdida de sangre mantenía conscientes a los aterrados soñadores, pensando en la vida tras la sábana de la realidad.
Cuando, cumplidos los compromisos de sus secuaces, acudieron a la bacanal a recibir sus meritorias partes, no dudo el gran maestre, guiado por el abducido chamán, engreido sobre sus fracasos ocultados por sus sacerdotes, en atacar el corazón de su victima.
La mente, aún con restos de mortecina sangre, percibió como sus cachorros vampirizaban los restos, entrando en ellos para destruirlos. Cachorros, inútiles, pero sus cachorros
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